miércoles, 30 de junio de 2010

Vivir a la deriva o la eterna búsqueda

Viajar por tiempo indeterminado puede ser... inquietante. La sensación de libertad e incertidumbre es tal que por momentos se torna inconmensurable, inaprehensible.
Uno siempre necesita un "volver a". Un lugar de pertenencia, una rutina de la cual asirse por más irrisoria o flagelante que sea... Pero cuando la diversidad de opciones es infinita, a veces se experimenta con tensión el no saber qué va a ser de uno en dos meses...

En un viaje predomina la ciclotimia, momentos de esplendor, instancias extremas de clímax... y caídas. Súbitas bajadas al "qué carajo hago cagándome de calor en Colombia un 25 de Mayo?", por ejemplo.
En esos momentos de vacío, uno se refugia en los seres queridos.
Se intenta ordenar el caos y hacer encajar una vida atípica dentro de los estándares sociales de lo convencional... Se piensa que es temporal, que el viaje tiene un fin, que culmina tras alcanzar aquello que uno desconoce que está buscando... Por momentos la experiencia toma un cariz épico. Uno se vuelve Dante, saltando de círculo en círculo hasta llegar a la cima (convengamos que de no existir Beatriz, nunca se le hubiera dado por irse de excursión al Estigia... pero bueh, cada uno tiene sus motivaciones).
Por momentos uno intenta asirse de seguridades pasadas creyendo posible la vuelta a estilos de vida previos. Así, se empieza a recordar con nostalgia al obelisco, se fantasea con licenciaturas o se entra en contacto con un ex para descubrir que tuvo una regresión a una adolescencia nunca vivida.

Otros días, los días "altruístas", el pecho se inflama ante la mera idea de lo que queda por vivir. Ante las expectativas de lo que se encuentra por delante. Se visualizan miles de momentos de felicidad y una sensación de paz y sosiego inunda a todo el cuerpo.
Muchas veces la vida se escurre por el durante, entre la nostalgia por lo perdido y el anhelo por lo que vendrá.
En mi caso, puedo asegurar que el durante no se osifica. No sabría bien cómo describir mi hoy. El trabajo en el hostel ya perdió la magia de las primeras semanas. Tras salidas, reuniones, bailes, borracheras, affairs y demás, me convierto en una recepcionista y caigo en la cuenta de que me gustaría trabajar a cambio de un sueldo... Y ahí levanto la vista y miro hacia Panamá. En una constante búsqueda de adrenalina, temo que nada nunca me conforme...

Me divierto en mi día a día. Nado en el Caribe, juego al pool por las noches, veo el mundial y festejo como nunca... Extraño a la gente. Ansío pertenecer, pero me canso con facilidad de las rutinas. Agradezco todo lo vivido hasta ahora, al ir armando el blog, copiando y pegando experiencias, leí crónicas de febrero que me parecen de hace años atrás... me siento de cincuenta. De todas formas, no puedo evitar sentir que esto es sólo la milésima parte de una vida que se me va a hacer larga... Por suerte

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