miércoles, 23 de noviembre de 2011

A dedo a París


Parada en el costado de donde comenzaba la autopista, los autos pasaban y, en general, sólo conseguía miradas raras de los conductores que reflejaban un “¿qué carajo hace esta piba ahí sola haciendo dedo?”

Creo que el problema principal es que existe en el imaginario de todos un estereotipo bastante rígido del que hace dedo… es decir, un hippie zaparrastroso sin un peso. Uno espera rastas, mochilas gigantes, aros, mal olor y clara pinta de extranjero. Cuando, como en mi caso, uno ve a una chica con botas, uñas pintadas de rojo y corte alternativo, sólo dos cosas se le cruzan por la cabeza al conductor: a) está loca o b) es una asesina serial. Ambas opciones poco gratas para el que conduce…

Tardé aproximadamente 15 minutos en lograr que Jean Paul parara. Para el promedio de autos que pasaron, fue mucho.
Jean Paul hablaba muy bien inglés y hasta español. Policía retirado, ex miembro del SWAT belga (sí, operaciones secretas anti bomba) su respuesta a mi pregunta sobre si su trabajo era peligroso fue: TODAS las situaciones en la vida son peligrosas, TODAS.
Me llevó hasta una gasolinera donde se despidió muy amablemente mientras me repetía por enésima vez que tuviera cuidado…

En la estación de servicio sólo me dediqué a acercarme a la gente que llegaba con el auto y con un francés muy básico decir: "je m’appel sophie. Je va a París. Et tu?" Después de la sonrisa algunos me decían que iban para otro lado hasta que un polaco, cuyo nombre no recuerdo, me llevó hasta Waterloo.

Súper amable. Luego de mantener una conversación monosilábica me enteré de que había dejado Polonia hace veinte años, en pleno comunismo. Tenía tres hijas y era feliz en Bélgica. Se desvió 4 kilómetros para dejarme en otra estación de servicio.
Ahí compré mi mapa de rutas y después de acercarme a una persona, encontré a Mustafá y Louis que iban a París! Originarios de Marruecos, Me hicieron escuchar toda la música de su país mientras Mustafá (a quien yo no podía dejar de llamar Mohamed) me explicaba qué veíamos a medida que nos acercábamos a París.

No hablar francés dificulta la interacción con la gente que me lleva… pero tras una sesión hipnótica con mi amigo Francesco, mi vocabulario se incrementa poco a poco.

El próximo fin de semana ya tendré cartel y llevaré mate para asustar un poco más a los conductores…

domingo, 13 de noviembre de 2011

Bruselas, una ojeada al primer mundo


Cómo describir mi primera impresión de Europa… Cómo resumir en un par de líneas el shock cultural que representó el cruzar el charco.

Tras un año en México y ocho meses previos por Sudamérica, mi primera sensación de Europa superó cualquier expectativa. El viejo continente se presentó ante mí como un nuevo código, completamente inaprehensible y foráneo. Similar a aquel primer encuentro con Bolivia, Bruselas me mostraba una forma de vida muchísimo más alien que lo que mi paso por Buenos Aires estaba dispuesto a aceptar…

Para empezar, la disposición visual, la arquitectura y el diseño de la ciudad construyen imágenes idílicas, una sucesión de fotos postales que constituyen el espacio cotidiano de muchos.  Nada está fuera de lugar, nada desencaja. Catedrales góticas comparten la escena con palacios neoclásicos y jardines reales forjando una armonía que, aunque forzada, sólo ostenta esplendor… edificios abandonados se esconden a mitades de cuadra haciendo su mejor esfuerzo por desacomodar el orden y humanizar el entorno… No lo logran. Todo sigue siendo lindo. Todo sigue estando bien.

En Bruselas conviven todos. Es posible ver árabes, españoles, franceses, turcos y latinos. Todos conservan “su lugar” dentro de la amalgama social. Seguramente un tanto durkheiniana, la ciudad se estructura de acuerdo a los estándares sociales pre asignados según la Unión Europea…

Llama poderosamente la atención, la escasez de niños… Parece ser que los Europeos, satisfechos consigo mismos, con su estatus social y su nivel de confort se han visto en lo posición de prescindir casi por completo… de procrear. Han optado por relegar la ardua tarea de reproducirse a las economías en vías de desarrollo.
Podría asegurar que la edad promedio en Europa es 30. Todos son treintañeros. O parecen serlo. O aspiran a serlo. O lo serán dejando muy poca gente detrás suyo más joven aún…  
En su día promedio, el habitante de Bruselas trabaja unas pocas horas, quizá en algún departamento o ente no gubernamental, para luego salir por las callejuelas a ver algún show de jazz, jam sesión, espectáculo o  simplemente cenar con amigos… En el centro siempre hay gente. Todos salen a pasear. Nadie se preocupa por si alcanzará para las cuentas, porque siempre alcanza. Nadie se preocupa por dónde dejar a los críos porque nadie los tiene. Y nadie se preocupa por lo que implica salir de la casa en otoño por la noche porque el índice de criminalidad es nulo y el seguro social cubre todo tipo de gripe…

Fácil. Si tuviera que resumir mi percepción sobre Europa (o al menos sobre Bruselas)  en una sola palabra, la primera que se me viene a la mente es “fácil”. La vida en simple. Lisa. Llana. Sin preocupaciones. Hay trabajo, hay bienestar, hay tiempo para el ocio, el entorno es ameno… la vida en Bruselas es fácil.