martes, 12 de junio de 2012

Los controladores o el sino malvado


Como ya antes comenté en capítulos anteriores*, Bruselas ofrece todas las posibilidades para viajar colado en todos sus medios de transporte... Debilidad ante la cual una sudamericana en bancarrota sucumbe fácilmente.

Hay unas maquinitas naranjas a las cuales uno tiene que acercarse (sí, acercarse uno. Sí, a pagar. Sí, uno) que, como ya les había anticipado, no accionan mecanismo alguno que permita el paso. Es decir, si no pago, entro igual. ¿Necesitan que diga más?

Sin embargo, los seres grises y pseudo imaginarios de mi crónica anterior finalmente se materializaron... y cómo.
Salgo del subte y veo al cúmulo de guardas a la salida de la escalera mecánica. Subo igual, saco mi tarjeta sin usar (es necesario meterla en la máquina y que te imprima la fecha. Si está sin usar, se paga la multa... 100 euros). Se la muestro y en español y con mi mapa en mano y una sonrisa pretendo estar en regla. El chancho me empieza a hablar en francés, después en inglés y al ver mi cara de pánico me deja pasar creyendo que se le escapaban verdaderos infractores mientras una turista desinformada le hacía perder el tiempo.
Sudamérica 1 - Europa 0

Como si no hubiera aprendido mi lección... Hoy me subo al colectivo y a la parada siguiente (ni dos, ni tres. Una, sólo una) sube el chancho con toda una comitiva que lo espera debajo. Veo la situación, saco automáticamente mi pase sin usar y me acerco a entregárselo. Éste no me creyó tan estúpida (le faltaba conocerme aún), es por eso que me hizo bajar para que hable con su supervisor.
Mis nervios eran reales, el cuerpo me ardía. No llevaba mi pasaporte conmigo. Retomo mi cara de pánico y les digo que compré el ticket en el día y que hacía poco que había llegado. Me preguntan más y más y cuanto más me preguntaban... Más les preguntaba yo. Uno de ellos habla español, el que me bajó y es entonces cuando empieza a explicarme cómo funciona el sistema de transporte en Bélgica. Yo lo miro extrañadísima mientras digo "pero tiene la fecha de hoy" (sólo traen un código. Mi ticket tenía como dos meses); "pero yo fui al metro a comprarlo porque sólo se compra ahí" (los colectivos tienen una gran ventanilla donde el chofer te vende boletos); "pero, dónde lo meto, si todos tienen como una tarjeta magnética (acompañando mi explicación con el movimiento de la tarjeta al pasar por el aparato)" (mentira, hay dos maquinitas, una para cada cosa); "pero si cuando lo vi a usted yo me acerqué porque hay que dárselo a usted" (no, sólo cuando hay control, me explica el señor). Creo que tanto el gordito que me bajó como el de anteojos que al principio me tenía bronca y después lástima le agradecían a dios no haber tenido una hija tan estúpida. Si en el imaginario europeo latinoamérica usa taparrabos y vive de la caza y de la pesca, yo estuve como prueba fehaciente de que, encima, somos bastante lelos.
Sudamérica 2 - Europa -1. Les cabe el negativo, no pueden ser tan giles.

Lo mejor es que, a medida que me iba dando cuenta de que me creían, mis preguntas eran cada vez más, las repetía, agregaba comentarios, les ofrecía de ir hasta casa a buscar el pasaporte (porque aparte, eso, ni pasaporte tenía).
Al final, pasan mi boleto por la maquinita y me dicen que tome el próximo que llega en cinco minutos. Extrañada les digo, "pero tengo que sacar boleto. Este está usado ahora" (jua, más papista que el papa). Me preguntan adónde voy, y mientras pienso para mis adentros en la clase a la que llego tarde y que jamás facturaré, les respondo "a Forest (donde vive mi alumna). A la casa de una amiga. Es un parque grande (con las manos represento el concepto de graaaande), ¿no?". Agradezco su amabilidad. Me indican cómo ir. Subo al bus y parto.

A la vuelta caminé. Mañana me compro una bici. Sé que la tercera es la vencida.
Aún no sé si estar orgullosa de mí... o tenerme miedo.


*Véase "El transporte público en Bruselas".

Couch surfing


Un facebook de viajeros, un sitio de citas, un invento revolucionario contra el individualismo imperante que devino en empresa... vaya uno a saber para qué realmente sirve la página.
La cosa es que, uno tiene lugar en su casa y así porque sí, de un día para el otro, recibe a un desconocido que anda pululando por el mundo y le da hospedaje.

Seguramente en pleno apogeo de la edad media todos aquellos que acogían forasteros a mitad de la noche nos mirarían con cara de "ufff, qué transgresores, descubrieron la pólvora". Pero hoy en día el concepto es difícil de procesar para más de uno.

Cuando trato de explicar de qué se trata el sitio. Hospedar a alguien en tu casa por el mero intercambio cultural, siempre me topo con "pero qué, te paga?". Creo que lo más difícil de digerir es qué gana el que está en su casa cómodo y calentito y así de la nada tiene que convivir y adaptarse a los ritmos de un desconocido... en su casa.

Sin embargo, no me sorprende que en Europa sea donde más se utiliza la página y más adeptos tenga... A veces te recibe el que viaja, porque estuvo en el lugar del que carga la mochila. A veces te recibe el que no tiene a nadie, ni nada mejor que hacer que esperar a que llegues.

Para nosotras el sitio es un delivery de personas. Cuando buscaba hospedaje, era una forma austera de viajar y la forma más fácil de tener una familia en Perú, si no la única. Ahora que recibimos gente, las necesidades son otras... y las exigencias también. "Mmmmm, quiero un negro de Camerún que hable tres idiomas" o alguien con quien practicar el inglés, o con quien jugar al truco.

Pero, ¿es seguro? ¿qué riesgos se corren? Siempre existe la posibilidad de que el llegue te caiga mal. En esos casos se puede sutilmente insinuar que la estadía va a forzosamente verse reducida o se puede hacer tripa corazón y mirar hacia el otro lado. De todas formas, el peor riesgo que se corre es que la gente te caiga bien. Es encariñarte con los desconocidos y acostumbrarse a que estén sus bolsos y zapatillas desparramados por la sala. Porque cuando uno viaja, el poder de decisión está en uno. Se está en control. Pero cuando uno recibe se está casi a la merced del otro. Acostumbrada a salirme de las vidas del resto... se me hace raro ahora quedarme en la puerta saludando.