martes, 31 de enero de 2012

No me olvides de mí...


Latinoamérica me enseñó a entender que me gusta viajar, mucho. Me gusta sentir que cada día es único y el estar en movimiento permite elevar la producción de buenos recuerdos hasta el infinito. Me fascina sentirme parte de un lugar, por un rato, y llevarme su esencia  conmigo, quizás dejándolo sin alma… América Latina me enseñó también a entender que puedo vivir así y que si a mí me sirve y me permite sentirme plena, está bien.
Aprendí a romper con las estructuras. Vi que no hay una sola forma de hacer las cosas y que mucha  gente sigue la corriente porque no se les ocurre qué más se puede hacer y la idea de un cambio radical les genera pánico… Aprendí que puedo llevar una vida austera y que prescindo de lo material. Aprendí a ver que “mi viaje” poco a poco se iba transformando en mi estilo de vida y que carecía de una rutina y un espacio al que volver.  Apabullada por la incertidumbre, me costó miles de charlas con hippies, horas en la playa e historias de gente que había encontrado la forma de sentirse bien… cada puto día… entender que podía hacer con mi vida y mi tiempo lo que se me antojara el culo… y que estaba bien. O mal. Pero ero sólo problema mío.
Meli me enseñó que la vida es corta y que no hay que postergar. Y que si quiero ver Asia, sólo por si las moscas, me conviene hacerlo ahora…

Buenos Aires me recordó que las cosas no son fáciles, ni simples (aunque juro que tenía ya la certeza de que sí…); que no se puede ser feliz toooodo el tiempo (aunque juro que conocí gente que lo es)… y que Europa es el primer mundo, y ahí no se puede pelotudear.
Buenos Aires me devolvió mis miedos. Los que había superado allá por Belice… o cruzando de Ecuador a Colombia.

Eruopa me devolvió las estructuras.
Europa no juzgó mi estilo de vida, pero me demostró que lo que prima es el capital… y que allá se vive bien, porque se tiene con qué y porque todos son productivos.
Y por primera vez en mi vida… sentí que no podía. Pude vivir en Colombia, pude hacer plata en el caribe, pude andar sola por Honduras… Pero no pude quedarme en Europa. Porque allá sólo se quedan los que pertenecen. Sólo trabajan los que son parte. Con chistes inofensivos y sin mala intención realmente logré sentir que yo no era “suficiente” para triunfar en Europa… Anduve sola por más de treinta mil kilómetros y una cagadita más chica que toda Centroamérica me asustó.

Así que volví. A hacer las cosas “bien” y reconstruir mi ego. Y a recordar todo lo que había olvidado…
Buenos Aires me recibió con prejuicios y recriminaciones. Mi primera reunión con mis amigas fue echarnos en cara nuestras patologías en pos de la sinceridad. Eso fue “conectar”. Después de Europa me había olvidado de que sólo logré conseguir lo mejor de la gente dando lo mejor de mí… es por eso que en lugar de ver a mi gente y remarcar todo aquello que admiro de ellos, critiqué. Como se hace en la ciudad. Como se hace en el primer mundo y de la misma forma en que todos justificamos nuestra triste vida… porque siempre hay alguien que hace las cosas peor. Volví a la casa de mi familia indignada, como si no hubiera pasado el tiempo, reclamé mi espacio y me quejé y actué como si realmente fuera dueña de casa… aunque hacía tiempo que había perdido toda prerrogativa. Y volví a ser la Sofi que era antes de haberme ido (mis amigas lo notaron, felices…  la Sofi post América Latina no opinaba sobre nada ni nadie porque no tenía nada que decir… ésta hablaba mucho y se llenaba la boca sobre los demás, sobre sí misma y sus viajes).

Pero me sentí mal. Muy mal, como si todo fuera falso… como si lo que hacía cada día fuera más una puesta en escena que una realidad. Y ahí recordé Latinoamérica. Y me acordé de la intensidad con la que viví cada día y de cuánto me había costado alcanzar esa paz interior que la vuelta a la ciudad (del primero, segundo y tercer mundo) me cambió por “cosas más importantes”.

Entonces me levanté temprano e hice yoga. Todas las mañanas. Ordené mi cuarto, como mi abuela quería y ahora la llamo desde cada lugar al que voy (aunque sea a tres cuadras…). Y la beso, mucho. Porque es lo que la hace feliz y a eso vine estos dos meses. Y me di cuenta de que voy a viajar toda la vida, porque me gusta y está bien. Me di cuenta de que ya no soy la Sofi que se fue hace dos años y que mi gente ya no me conoce. Que mis mañas cambiaron, mis neurosis son otras. Me acordé de que tengo que sonreír todos los días y al hacerlo volví a ver la reacción de la gente cuando uno la trata bien…  y me lo digo, sólo por si me vuelvo a olvidar, Sofi: nunca vas a tener una rutina y una vida convencional porque sos así y te gusta moverte. Ya no le estás escapando a nada, porque estás en casa devolviendo algo de lo que recibiste y siempre vas a volver a tu gente. No sos exigente, sólo sabés bien lo que necesitás para ser feliz… y no querés resignarte. No te detengas. Seguí así, que vas bien. Te lo digo yo, que te conozco.



Esta crónica me la dedico a mí. Y a vos. Me disculpo por las molestias que la “Sofi de transición” pudo haber ocasionado… Me gustaría poder haber mantenido un intercambio más sano desde un principio. Me sigo rencontrando poco a poco…
No sos el iceberg todavía... pero te invito a ser creativo y divertirnos un rato... quizá yo sea tu barco...


Restablecí la versión original. Nunca pensé en las repercusiones de los cambios... Las dos son falsas e hiperbólicas. Pero la original tiene más chances de ser real... Pucha, me encanta escribir en código...


viernes, 27 de enero de 2012

De vacaciones a la rutina...


Ayer, en medio del Roca (tren eléctrico en pésimas condiciones que transporta a toda la clase obrera, trabajadora y excluida de la periferia hacia el centro, donde se mueve el capital) tuve otra de las tantas epifanías que me sobrevinieron en la semana. Feliz con el celular Samsung de mi abuela que tiene radio am/fm (y un jueguito del orto en el que hay que alinear simbolitos que me roba gran parte de mi tiempo vital...) presencié una de las tantas secuencias de violencia de las que el tren nos hace partícipes. Un borracho casi se agarra a piñas con un tipo. Al margen de las miles de discusiones que podría generar una escena como esa (por qué dejaron subir al borracho, quién empezó, qué mal educados, qué tarado el otro que no se da cuenta que al borracho le faltan unos jugadores... etc, etc) lo que fue claro para mí es la insatisfacción que se respiraba en ese vagón. Un vistazo general a la cara de todos los pasajeros demostraba que la pelea era, sin lugar a dudas, uno de los momentos más divertidos de su día y un alivio de que siempre hay alguien que está peor... Súbitamente me vi, contenta, cantando en voz alta con mi celular prestado, volviendo de trabajar en capital, con el calor, el dolor en los pies por los zapatos de taco, las monedas justas para el colectivo que todavía tenía que tomar... y fui feliz. Mientras en pleno enero, en pleno verano, la gente huye a la costa a aglutinarse frente al mar, tras nueve meses en el caribe yo opto por dos meses de zapatos de taco, colectivos, trenes, subtes y clases de inglés... jua. Mis vacaciones son la vida del resto.
Y ahí entendí... que algo me falla en la cabeza. Se ve que me deben haber programado al revés.

lunes, 23 de enero de 2012

La vuelta a... ¿casa?

Volver es raro. Muy. Uno siente que todo sigue igual pero diferente (fua, qué revelación... suerte que ando inspirada). Es inevitable percibir hasta los cambios más nimios en el paisaje. Una panadería nueva, lucecitas de colores en los arbolitos, el vecino que no tenía ni donde caerse muerto cambia de auto, el que parecía gay, resulta siéndolo, etc, etc.
Lo primero que uno recibe es el listado de defunciones. Primero se empieza por los que valían la pena (siempre con una exclamación de sorpresa seguida de un lamento), después sigue la lista con los que se lo tenían merecido, por último se llega a nombres que uno nunca conoció o ni recuerda y ahí se cambia de tema.
Lo mismo pasa con la vida del resto. Medio barrio tuvo hijos, de la otra mitad, sus hijos tuvieron hijos. Acá en provincia se procrea mucho...
Algo que me divierte es ver la reacción de la gente al verme... Después de casi dos años (y una visita relámpago hace tres meses) las caras de los vecinos se ven sorprendidas e inquisidoras, simultáneamente. Mi abuela se encarga siempre de mantener a todo el barrio al tanto de mis andanzas por el mundo... Al verme más de uno se preguntará "¿vendrá para quedarse?", "¿la habrán deportado?", "seguro que está embarazada...", "Pobre, todavía no está embarazada..." e infinitos etcéteras que se me cruzan por la cabeza cada vez que me topo con alguno que me vuelve a ver por primera vez...
Quizá no piensan nada. Quizá es sólo mi ego al que le gusta creer que la gente tiene teorías sobre mí... Sin embargo, a más de uno se le escapa el "eh... de visita de vuelta..." o "uh... ¿por cuánto tiempo esta vez?" a la espera de la información orientadora que les explique el origen de mi peinado nuevo... y mi futuro incierto.

Lo gracioso es ver como todo retoma su marcha como si nada hubiera pasado. La gente asume que uno sigue igual, porque al margen de un peinado raro a nadie se le ocurre pensar que la persona que tiene enfrente ya no es la misma porque pasó hambre en Belice, cagó en un pozo en Bolivia, durmió con cucarachas, vio las mejores playas del caribe y se enamoró de un europeo que vive en la loma del orto... Mucha de esa información nunca llega a oídos de nadie. Y el otro siempre cree que, salvo algunas nimias diferencias, todo sigue esencialmente igual... como el barrio y sus calles.

Me gusta volver. Me gusta volver como espectadora. Me gusta volver y jugar a que pertenezco un rato... A que soy la misma de siempre y todo sigue igual. Y miro para todos lados y están mis amigas de la infancia, mis primeros romances, mis trenes, mis colectivos, mis idas a estudiar... toda mi vida plasmada en paredes, esquinas, bancos de plaza y veredas...
Me gusta volver sabiendo que me voy... y que volveré a volver.

lunes, 2 de enero de 2012

Una noche con MDMA


Fábrica de ilusiones, Europa se caracteriza por su calidad… en todo.

El MDMA se me representa como el paradigma de la postmodernidad: quiero sentirme bien y lo quiero ya. Tres gotitas en un vaso con vino tinto y uno empieza a sentir que la felicidad emana por los poros. Una dicha extrema te envuelve y sólo se te antoja abrazar al mundo.

Antes de probarlo, Paco tuvo la gentileza de buscarlo por internet. La Wikipedia me anticipó el efecto de lo que iba a estar ingiriendo una hora más tarde: templanza emocional y apertura afectiva, comunicación desinhibida, empatía (…) euforia, alegría, felicidad, empatía in crescendo y una sensación de ligereza mental y física.

Y así fue. Al cabo de minutos sólo quería estar sola, aunque amaba a todos. Y a mí misma. Mucho. Una increíble sensación de paz junto con la sensibilización extrema de los sentidos. Percibía al mundo de forma diferente y todo estaba recubierto de un halo de alegría y amor que sólo una sobredosis de Disney podría igualar…

Ahí está, si tuviera que traducir el efecto del mdma en términos un tanto menos abstractos diría que es algo así como cuatro Julia Roberts en sus películas más empalagosas junto con tres Meg Ryans y dos Jenniferes Aniston, todas enamorándose de forma simultánea; cinco mundiales de fútbol ganados por Argentina en forma consecutiva con tres goles de Maradona de chilena… desde el banco… como director técnico; un asado al aire libre en un día soleado con tira, chinchulines, morcilla, chorizo, molleja, provoleta y vino tinto… cuando llevás meses en Bruselas.