viernes, 27 de junio de 2014

Vivir un mundial en otro país

Nunca fui muy fanática del fútbol (¿el técnico? ¿este año? Pasarela, ¿no? Ah, no, Pekerman). Sigo creyendo que Simeone aún juega y que Verón está en el plantel. Mis conocimientos de fútbol quedaron allá con mis amigos y familia, parece.
Sin embargo, el mundial, como todos ya sabemos, tiene esa mágica capacidad de volvernos ultra nacionalistas de un día para el otro y convertirnos a todos en unos entendidos. Hasta opino, mirá, quién lo iba a decir. Ahora ya sé quién es Dimaría, el Pipita y sé hasta los detalles de la vida conyugal del Kun (al resto, exceptuando a Messi, creo que no los conoce nadie tampoco, ¿no?).
En  Bruselas, Bélgica, un grupo de Facebook organiza los encuentros en un mega bar donde se venden empanadas, bailamos cuarteto y profesamos un exceso de argentinidad que le daría asco al porteño promedio. Fuera del bar somos uno más. Otro inmigrante, otro extranjero.

Pasé el mundial anterior en Colombia, festejando con mi amiga española. No me acuerdo si la selección colombiana había siquiera clasificado. Pero en Bélgica la cosa es diferente. Por primera vez en años clasifican y, como si fuera poco, ganan y pasan a octavos. Una locura. Banderitas, pancartas, remeras, caras pintadas, propagandas... Buenos Aires en rojo, negro y amarillo (los colores de la bandera. Sí, ya sé, yo tampoco la conocía antes de venir). Me perdí el primer partido trabajando pero, teniendo amigos belgas, me vi forzada a ver el segundo. En un bar. Cantos, gritos, euforia.
Para el que es tan desentendido como yo sobre los pormenores del balón pie, debo destacar que no es casual que Bélgica no haya estado en mundiales anteriores: juegan mal. Bélgica juega bastante mal (a diferencia de Argentina que sólo está pasando una mala racha, OJO). De todas formas, la esperanza es lo último que se pierde, es por eso que cuando uno mira un partido rodeado de locales, los gritos comienzan en el momento en que un jugador belga toca la pelota. El mismo puede estar en su propio lado de la cancha, junto a su arquero, puede convertir un gol en contra, no importa, si Bélgica está en poder del esférico (esta variación para decir "pelota" la aprendí hace poco) la reacción de la gente es siempre la misma: locura. Sin ir más lejos, anoche contra Corea (creo fervientemente que los coreanos deben de tener aptitudes para todo, menos para el fútbol) ni bien Bélgica pasaba la media cancha, se escuchaban gritos de gol. La pelota pasaba a tres metros del arco del oponente y se miraban entre ellos aspirando saliva con el característico gesto de "la pucha, casi". Los pases iban a los coreanos; cada tres segundos alguien hacía una falta; cada rechazo del arquero belga era una fiesta (jugó bastante el arquero, eso es cierto. Aunque Corea se empeñaba en que ningún tiro fuera realmente una amenaza); "la figura" erró tres goles que, no voy a decir que yo habría hecho porque diosito no me dio habilidad física alguna, pero que cualquier persona normal haría. Y así y todo, festejaban, como nunca.

Sólo espero que Argentina le gane a Suiza. Y que Bélgica le gane a los Estados Unidos. Y así se dé el gran Bélgica - Argentina y yo pueda llegar al bar con mi camiseta (que voy a tener que comprar porque nunca tuve una y ya me dijeron de un lugar donde se ve que son truchas y están bastante baratas pero bueno, qué importa, ¿no?). Y ahí, ahí sabrán lo que es el fútbol... porque casi que todo lo demás ya lo saben. Pero qué es el fútbol. Eso sí que no.   

jueves, 9 de enero de 2014

La vida europea: aprendiendo a ser burguesa

Y la verdad es que se aprende rápido...
Tal y como se puede ver en mi crónicas anteriores (si no las vio, no importa, me gusta autocitarme), se podría decir que es difícil pertenecer; es complicado ingresar al sistema europeo.
Se necesita, fundamentalmente (cabe destacar que son muy severos con las regulaciones y el cumplimiento de requisitos en este aspecto), ser europeo. Una vez que uno dispone del pasaporte, sólo quedan una serie de trámites burocráticos (el domicilio, papeles, contratos, impuestos, seguridad social, carnet de identidad) y listo. ¡A gozar!
Cuando se  tiene el bendito librito bordó y un teléfono y una computadora y un domicilio real y una cuenta bancaria y un contrato de trabajo, ya está. No se necesita nada más.


Sé que más de uno pensará "mierda, conseguir todo eso no es tarea fácil". Sin embargo, el infinito horizonte de holgazanería y relajación que suceden al lograr pertenecer, hacen que valga la pena el esfuerzo.
Al momento en que uno alcanza lo que el estado requiere como necesario para ser un ciudadano digno, ¡se puede dejar de serlo!  Debo confesar que aunque me siento tentada a pedirla, no recibo ayuda social alguna. Ya que, con algunas horas de clase privadas por semana  me alcanza y sobra para vivir y viajar. Si a eso le sumamos que no pago alquiler y que soy una rata que sólo consigue cosas de segunda mano o de mercados gratuitos (sí, acá hay mercados gratuitos. Llevás lo que ya no querés, te agarrás lo que te sirva de lo que los demás dejan), listo calisto.

El problema es qué hace uno con tanto tiempo libre. El europeo promedio trabaja mucho, no se conforma con las tiendas de segunda mano, siempre hay un teléfono más nuevo y más caro que adquirir y además, todos esos años de formación de materializan en puestos cada vez más altos y tareas más complejas. Si, como en mi caso, uno no aspira a escalar posiciones o no le interesa adquirir objetos nuevos, uno se encuentra con la sorprendente realidad de que trabajando poco, alcanza y sobra.

Para responder a la pregunta anterior se me ocurren varias opciones: a) estudiar (en francés? en serio? Después de dos niveles de francés decidí que el idioma mucho no me gusta. Ahora estoy aprendiendo rumano); b) ser madre (en Bélgica? con este frío?); c) Salir. Ver museos, exposiciones, muestras (en Bélgica? con este frío?); d) Leer. Mucho. Y escribir. Mucho (en francés? con este frío?).

Por lo tanto, aunque Europa me ha dado una estabilidad que me asusta con lavavajillas, microondas, lavarropas y una heladera llena de comida, añoro con nostalgia, por momentos, mis noches de aventurar en Belize durmiendo con cucarachas. Si hay algo que aprendí con los años, sin embargo, es que no hay ni bien ni mal, ni blanco ni negro y aunque mis años de viajera son muy diferentes de mi realidad, si hoy por hoy me he convertido en una cerda buguesa es porque soy bastante pelotuda, no porque Europa sea despreciable y lationoamérica la panacea.


Así que me senté frente al ordenador  y me dije "Sofía, qué bien tenés el cutis"(porque justo me había puesto una crema que me regalaron, pero, no, no, me dije otra cosa). Me dije: si te molesta estar pasiva, hacé algo y no seas tan estúpida como para culpar a la sociedad y al entorno que te rodea por haberte dado más del confort que necesitabas. Así que escribí esto, que no es gran cosa pero convierte mi día en algo un poquito más productivo.