martes, 28 de diciembre de 2010

MÉXICO

IR DE RIDE

Ir de ride (o “hacer dedo”) es toda una ciencia. Uno tiende a creer que se trata de un mero viaje gratis (llevar a una, dos o cinco personas sin costo alguno de un lugar a otro). FALSO. El ride implica un intercambio, conlleva implícitamente un viaje a cambio de algo invaluable… entretener al conductor. Uno está en la obligación, como copiloto designado, de asentir, afirmar, reconfirmar y alentar al conductor. Más si uno es extranjero. De esta forma se dan conversaciones del tipo:
-“Oye, y la economía argentina no está muy bien, ¿ no?” –“No, no. Hubo mejoras después de la crisis pero ningún cambio radical.”
-“Y… Argentina es insegura, ¿verdad?”
-“Sí, sí. Muchísimo. Principalmente la periferia de Bs. As.” Y así sucesivamente. Las mismas conversaciones se repiten auto tras auto y todas portan un común denominador: nunca contradecir al conductor. Porque, ¿cómo paga uno el viaje? Reafirmándole al que conduce sus percepciones sobre el mundo (he llegado a decir “sí, los jóvenes se drogan cada vez más. Es una vergüenza”) y haciéndole sentir que Argentina nunca estuvo ni estará mejor que su bien querido México.

LOS HONGOS ALUCINÓGENOS

Chiquititos. Con gusto a nada. Llenos de tierra y en un frasco de plástico, son parte del merchandising que San José del Pacífico tiene para el turista. Los hongos crecen en la región. Bosque, montaña y nubes bajas a partir de las cuatro de la tarde crean un espacio único para consumir cualquier cosa. Es por eso que, aunque no sean autóctonos, en San José se puede comprar también hush, hachís, marihuana morada, opio y demás. Porque uno va a la sierra a eso. A comprar viajes.
Afortunadamente, el contexto natural nos evita la necesidad de cualquier chamán y la experiencia se vuelve mística por sí sola. Te comés tres honguitos, te metés en el bosque y según tus ganas y estado de ánimo, te convertís en puma, charlás con Jim Morrison o, en mi caso, le hablás al fuego mientras sentís que estás escribiendo la historia de la humanidad… A la mañana siguiente te encontrás con cenizas y un montón de garabatos sin sentido en un cuaderno, obviamente, pero la sensación única de haberte elevado no te la quita nadie.

LA DOBLE MORAL

El mexicano se persigna antes de asaltar un supermercado; aboga por una relación “free”, pero se retuerce al escucharte hablar con alguien más; te quiere como novia, pero se acuesta con otra; la adora como a ninguna, pero se acuesta con vos; es un padre orgulloso y flamante esposo, pero cuando la familia está lejos invita a la vecina a altas horas de la noche a hacer uso del baño... El mexicano lo quiere… TODO. Y lo cree… TODO. Puede estar bien con Dios, el diablo, la virgen de Guadalupe, los zapatistas, el gobierno de turno y el universo. Imagino que es cultural. Yo creo que es quizás una incapacidad de sentir a fondo, en profundidad. Cuando la fé, el dolor, el miedo o la pasión te calan los huesos, no se puede sentir lo mismo por todo, porque no hay cuerpo que aguante. El mexicano siente a un nivel intermedio, es por eso que sus emociones oscilan continuamente y puede decir una cosa y hacer otra.
Yo, a mis mexicanos, los quiero a todos. De la misma forma en que ellos me quieren a mí…

LA MUERTE

La muerte en México es una fiesta. El 2 de Noviembre se celebra el día de muertos. Todos construyen un altar con ofrendas, fotos y colores y por la noche… fiesta…
El occidental no puede evitar sentir un shock al ver a todo el mundo peregrinando al cementerio tras haber tomado, cantado y bailado hasta altas horas de la madrugada.
Parece que el mexicano supo darse cuenta de que, cuando alguien se va, no hay mejor manera de recordarlo que festejando y celebrando en su memoria por la poca vida que nos queda al resto…

EL PICANTE

En México todo tiene picante. La hamburguesa, el pancho, la carne, el pollo, los tacos, los chupetines, el choclo que te comprás en la calle… Todo tiene picante. Hay chiles de todos los colores, tamaños y potencia, para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Hay salsas envasadas y caseras. Las hay en polvo y combinadas. Toda la gastronomía mexicana se complota para armarle una fiesta a tu colon. Al principio no tolerás nada. Poco a poco el paladar se acostumbra y pide más… cuando te querés dar cuenta estás convaleciente frente al urinal soportando, lo que te autoconvencés, serán los últimos minutos de dolor… Sin embargo, siempre al próximo taco le agregás una cucharadita de salsa roja… y, por qué no, de la verde también…

LOS ARGENTINOS EN MÉXICO

Los argentinos que llegan a México se distribuyen de forma diferente de acuerdo a su nivel socioeconómico y estatus social. Así, la zona del Caribe se ve en gran parte poblada por porteños, chetos de zona norte y chicos bien de Córdoba. Mientras que en el sur, en Chiapas y Oaxaca, prolifera el argentino de provincia, también conocido como “hippie” (productor masivo de macramé. Según Ana, ya es hora de que aprendamos a hacer otra cosa…).
Nuestra fama nos precede y yo creo que hemos invertido años y un gran esfuerzo en lograr que el mexicano nos deteste.
México es el primer país en el que me avergüenzo de decir de dónde soy. Soberbio, pedante y engreído, el argentino llega a México con la certeza de que está haciéndole un favor al país.
a las dos semanas de residir incorpora “güey”, “no mames”, “órale” y “chinga tu madre” como exactos equivalentes de “boludo”, “no jodas”, “joya” y “andate a cagar” sin percatarse de que el registro no es el mismo y el mexicano tiene un trato cotidiano más formal.
No lo sabe, no le interesa aprenderlo tampoco.
El argentino entiende México mejor que el mexicano. Baja del avión y se escandaliza de no encontrar pan, buenos cortes para el asado y dulce de leche. Aspira a que todo el cosmos y el universo se encarguen de propiciarle un espacio ameno a su llegada y le recreen su bien amado país… en la otra punta del mapa. La montaña tiene que ir a Mahoma, obvio.
Así somos, sencillitos y carismáticos…

viernes, 3 de diciembre de 2010

Las vueltas de la vida...

Si tuviera que describir un viaje en términos de otra palabra, y si tuviera que elegir sólo una, creo que sería aprendizaje.
Embarcarse solo en una aventura de este tipo, ir en contra de la corriente y verse en medio de un mar de incertidumbres rompiendo con los esquemas de lo convencional y de lo que "debería estar haciendo con mi vida en un determinado momento", te deja completamente solo con vos mismo. Explorás día a día tus miedos, tus miserias todo eso que no querés ser, que creías que no eras, que te negabas a admitir y que te explota en la cara... porque no hay nadie más. Siempre estás vos y la carretera. Y la gente circunstancial que se aparece en el camino.

En mi caso, creí que a lo largo del viaje iba a pulir, trabajar y profundizar patologías ya detectadas. Este viaje fue, en mi ideal inconciente, el tratamiento a un diagnóstico dado e, inocentemente, creí que los síntomas ya no persistirían...
Hoy, casi once meses después de mi partida, me encuentro cometiendo los mismo errores que me impulsaron a salir. Me veo, entonces, obligada a buscar alguna diferencia, algo que me indique al menos levemente un cambio, una señal de crecimiento, de... superación.
Y lo único con lo que me topo es con mi discernimiento. Hoy por hoy, ya sé quién soy y ya sé quién puedo ser... Sé por qué lo hago y sé cuántas fuerzas necesito para reprimir ciertos impulsos. Pero creo que el aspecto, quizá, más positivo de mi aprendizaje es que puedo intentar enmendar mis errores. Que, quizá, ahora puedo darme cuenta a tiempo y volver atrás...

O tal vez no, y aún continúe meramente tropezando para algún día lograr ver la piedra...