jueves, 9 de enero de 2014

La vida europea: aprendiendo a ser burguesa

Y la verdad es que se aprende rápido...
Tal y como se puede ver en mi crónicas anteriores (si no las vio, no importa, me gusta autocitarme), se podría decir que es difícil pertenecer; es complicado ingresar al sistema europeo.
Se necesita, fundamentalmente (cabe destacar que son muy severos con las regulaciones y el cumplimiento de requisitos en este aspecto), ser europeo. Una vez que uno dispone del pasaporte, sólo quedan una serie de trámites burocráticos (el domicilio, papeles, contratos, impuestos, seguridad social, carnet de identidad) y listo. ¡A gozar!
Cuando se  tiene el bendito librito bordó y un teléfono y una computadora y un domicilio real y una cuenta bancaria y un contrato de trabajo, ya está. No se necesita nada más.


Sé que más de uno pensará "mierda, conseguir todo eso no es tarea fácil". Sin embargo, el infinito horizonte de holgazanería y relajación que suceden al lograr pertenecer, hacen que valga la pena el esfuerzo.
Al momento en que uno alcanza lo que el estado requiere como necesario para ser un ciudadano digno, ¡se puede dejar de serlo!  Debo confesar que aunque me siento tentada a pedirla, no recibo ayuda social alguna. Ya que, con algunas horas de clase privadas por semana  me alcanza y sobra para vivir y viajar. Si a eso le sumamos que no pago alquiler y que soy una rata que sólo consigue cosas de segunda mano o de mercados gratuitos (sí, acá hay mercados gratuitos. Llevás lo que ya no querés, te agarrás lo que te sirva de lo que los demás dejan), listo calisto.

El problema es qué hace uno con tanto tiempo libre. El europeo promedio trabaja mucho, no se conforma con las tiendas de segunda mano, siempre hay un teléfono más nuevo y más caro que adquirir y además, todos esos años de formación de materializan en puestos cada vez más altos y tareas más complejas. Si, como en mi caso, uno no aspira a escalar posiciones o no le interesa adquirir objetos nuevos, uno se encuentra con la sorprendente realidad de que trabajando poco, alcanza y sobra.

Para responder a la pregunta anterior se me ocurren varias opciones: a) estudiar (en francés? en serio? Después de dos niveles de francés decidí que el idioma mucho no me gusta. Ahora estoy aprendiendo rumano); b) ser madre (en Bélgica? con este frío?); c) Salir. Ver museos, exposiciones, muestras (en Bélgica? con este frío?); d) Leer. Mucho. Y escribir. Mucho (en francés? con este frío?).

Por lo tanto, aunque Europa me ha dado una estabilidad que me asusta con lavavajillas, microondas, lavarropas y una heladera llena de comida, añoro con nostalgia, por momentos, mis noches de aventurar en Belize durmiendo con cucarachas. Si hay algo que aprendí con los años, sin embargo, es que no hay ni bien ni mal, ni blanco ni negro y aunque mis años de viajera son muy diferentes de mi realidad, si hoy por hoy me he convertido en una cerda buguesa es porque soy bastante pelotuda, no porque Europa sea despreciable y lationoamérica la panacea.


Así que me senté frente al ordenador  y me dije "Sofía, qué bien tenés el cutis"(porque justo me había puesto una crema que me regalaron, pero, no, no, me dije otra cosa). Me dije: si te molesta estar pasiva, hacé algo y no seas tan estúpida como para culpar a la sociedad y al entorno que te rodea por haberte dado más del confort que necesitabas. Así que escribí esto, que no es gran cosa pero convierte mi día en algo un poquito más productivo.