sábado, 16 de mayo de 2015

TODO LO QUE USTED SIEMPRE QUISO SABER SOBRE JAPÓN Y LO QUE NO, PERO LE CUENTO IGUAL

Realmente la pereza le ha ganado a las ganas de escribir estos últimos… años. Sin embargo, Japón amerita que me levante temprano y cuente. Porque es otro planeta. El destino de la evolución humana si nos convirtiéramos en droides. Japón es… Japón.

Para empezar, nada mejor que uno de los principales placeres cotidianos que Japón supo cómo convertir en una experiencia única y sin igual: ir al baño.
Sí, Japón tiene inodoros con telecomando. Una suerte de teclado junto al retrete le permite al usuario desde regular el chorro del bidet y su temperatura hasta calentar el asiento y poner música. Porque los japoneses están un paso más allá que el resto del mundo, uno de los botones reproduce el famoso “ruido de tirar la cadena”. Sí, amigas, cuando uno quiere hacer el número dos en un baño público y debe falsear el uso de la cadena para ocultar con pudor una necesidad fisiológica básica… Japón te pone un botón y listo. 
 Qué decir del asiento tibio… Todas sabemos de “la posición”, esa pose semi agachada, semi inclinada, casi sentada que todas ejercitamos en cada baño público. Disculpen chicas, pero al momento en que el asiento está tibio, te sentás. No lo podés evitar. En un micro segundo todos tus miedos a las bacterias, las potenciales infecciones urinarias y enfermedades venéreas que una cree que el apoyar el culo en el inodoro acarrean se disipan  y te encontrás, sin quererlo y sin saber cómo ocurrió, sentada. Sentada en un baño público, querida amiga. Y no te importa nada. Ya no hay vuelta atrás.

Pasaron de la letrina al súper inodoro (es por eso que aún se pueden ver carteles como el de abajo). Eso hizo Japón, así, sin término medio.


Paseando con las chicas de forma boludamente turística se nos antojó tomar un café. Estábamos en medio de “la zona de manga y animé”, es por eso que tratamos de encontrar un lugar acorde.
Fue ahí cuando nos topamos con el “maidcafe”


Subimos las escaleras un tanto temerosas para descubrir que estos “cafés” son puestas en escena que recrean los personajes femeninos del animé. Tiernas, inocentes y juveniles niñas vestidas de mucama les sirven un té a los muchachos, prestando también servicios de diversos tipos como contar un cuento y demás estupideces que una jovenzuela de 14 años querría hacer. Las chicas tienen, supuestamente, arriba de 20 años (aunque aparentan 15) y se peinan, visten y ponen lentes de contacto para parecerse al máximo a los deformes e irreales cuerpos y modelos del animé (y por qué no, del hentai también…). No nos tomamos nada. Fuimos a un Starbucks pensando en qué le habrá pasado en Japón al viejo y bien conocido prostíbulo de antaño.

Caminando por ese barrio, nos adentramos en una tienda de varios pisos que tenía todas las pelotudeces que uno se pueda imaginar a todos los precios, todos los tamaños para el bolsillo del caballero o la cartera de la dama. Con figurines, fotos, libretitas, brillitos y demás de todas, TODAS, la series de anime que existen en el universo. Yo me saqué una pulserita de Sailor Moon y amenacé toda la semana en convertirme en caso de ser necesario.

La comida

La comida en Japón es, para mí, muy sabrosa y un tanto diversa. Todo gira alrededor del concepto de sushi, aunque no se come tanto sushi. Raro. Algo interesante son las vidrieras de los restoranes. En todas se pueden ver réplicas de los platos hechas en (vaya uno a saber) ¿plástico? ¿Resina poliéster? Se ve que en Japón todo entra por los ojos.

Algo de lo que hay mucho en Japón también es gente. Principalmente, japoneses. O bueno, eso cree uno. Así y todo con sus más de cien millones de habitantes, me atrevo a decir que es uno de los países más seguros del mundo: no pudimos más que maravillarnos al enterarnos de que cada bici tiene un código, así que si uno la chorea, la encuentran. Sí, en Tokyo. Sí, la bici. Pobres suizos que se quisieron hacer los graciosos y terminaron en la comisaría… (historia verídica). 

Hay gente y robots, obviamente. Según Paul, la era de las estatuas ha caducado, es por eso que el futuro del arte son los robots. Le voy a comentar a mi amigo Mati, Licenciado en Historia del Arte y amante de Robotech: Japón es su lugar.





Y como Japón todo lo puede, también tienen la estatua de la libertad.



Japón también tiene shoppings. MUCHOS. EN TODOS LADOS. Los japoneses trabajan, mucho. Demasiado. Es por eso que uno de cada diez coches es un Porsche, como el que tenía Ichiro, nuestro anfitrión en Couch Surfing, estacionado en su puerta.

Una gran aventura es tomarse el famoso tren bala (creemos que recibe el nombre por su velocidad, no por su orientación sexual).
Principalmente, porque los asientos son muy cómodos, los baños… oh, los baños. Y claro, uno puede comprarlo todo. Porque en Japón, todo se puede comprar, en todos lados.
Es por eso que en el tren uno puede adquirir:

Un protector de uñas (ríanse, Paul necesita uno. Si pudiera dar una patada ninja el riesgo es más que te degolle y te desangres antes de que te golpee).

O también:

El famoso “espanta suegras abdominal”, el cual combina la alegría del carnaval con la ejercitación muscular.

Obviamente también se pueden adquirir:

Y quién no necesita en su casa:

                                                   ¡Un taburete de felpa con forma animal! 

O también el famoso:

                                                                 ¡Jarrón de puteadas!
Está científicamente comprobado que la bien conocida caja de Pandora no era otra cosa más que puteadas acumuladas por años que, al liberar el pestillo y abrir la caja, condenaron a la humanidad a un sinfín de plagas. 


En definitiva, Japón lo tiene todo. Uno no puede más que agradecer su existencia y volver pronto  a disfrutar de la magia de una sociedad donde la mayor causa de muerte son los suicidios mientras que  su gente sonríe, agradece, respeta y pide disculpas a cada momento… 

                                                                    Gracias, Japón.