viernes, 26 de octubre de 2012

Eché novio y me aburguesé

Me disculpo por el silencio y me dispongo a narrar los últimos meses de mi vida... por si a alguien le interesa leer, por supuesto.

El Junio llegó a mi vida Paul o "el rumano raro que quiere novia", ya que así solía llamarlo. Paul llega de traje a tomar clases de español. Adicto al trabajo. Serio, formal. Tenso, estresado. Joven profesional que trabaja en telecomunicaciones. El alter ego de Ramita. En dos clases ya habla. A la tercera quiere que le enseñe el subjuntivo. Toma clases jueves y sábados por la tarde. Dos horas cada día. No falta nunca... En pocas palabras, un raro. Esos freaks que no tienen nada mejor que hacer que llegar a su casa y escuchar audios de español. ¿Superación personal? ¿Perfeccionista al extremo? Vaya uno a saber... Un raro. Para mí pagaba las clases para salir con una chica.

La cuestión es que mientras me burlaba de él con mis amigas, un sábado cae en camisa a lo Charlie Sheen porque tiene una cita, está saliendo con alguien... "miralo vos al rumano". Pienso para mis adentros.
Dos semanas más tarde me veo haciendo chistes en clase, siendo cada vez más amable y divertida...
Un jueves de Julio no aguanto más y se lo confieso a Nanna: "me gusta el rumano. No sé cómo pasó, dios. Pero me gusta el rumano".

Al sábado siguiente lo invité a mi cumpleaños y no le di ni tiempo de reaccionar. Pobre rumano.
Antes de terminar la noche le doy el discurso de siempre. El "no busco nada serio. Somos muy diferentes. Todos mis ex eran bla, bla, bla. Yo soy... y vos sos... Yo soy libre, la independencia, la revolución, el Che, Fidel Castro, Cristian Castro, etc".

Dos meses lo tuve así. Haciéndome la loca. Hasta que un día, como es de esperarse, me deja. Me dice: te quiero y quiero estar con vos (en inglés o en argentino, no me acuerdo. Ya para ese entonces quería que le enseñe argentino) pero así no. Hijo de re mil puta, quién se cree que es para venir a quererme, ¿eh? Así como si nada, de un día para el otro. Un desubicado.

Después de una semana de no vernos, acepté finalmente su invitación a cenar (cenar era de novios. No podía acceder, era perder terreno).
Y yo no sé si fue la comida. O fue el spa de Luxemburgo. O fue la ida de urgencia al hospital por la infección urinaria que me dio el uso indecente de las piletas del spa. Pero la cosa es que de ser "el rumano", Paul pasó a ser Paul. Y de no incluirlo en mis planes, pasé a refregárselo en la jeta al mundo entero para sólo sonreír después del "está guapo y es una dulzura, ¿de dónde lo sacaste?" "Y... tuve suerte..."

Cabe destacar que llega un momento en la vida de una mujer cerca de los treinta o en los treinta o pasando los treinta en que el cuerpo prende la alarma de la cuenta regresiva de óvulos... Es como si existiera un pacto implícito entre las convenciones sociales, la cultura y la biología. "Yo te dejo hacerte los tres másters y recorrer dos continentes pero en diez años se me termina la producción. Ahí, sos mía, tamo?". Entonces, una anda con su vida libre y feliz como el viento, envuelta en abstracciones, orgullosa de sus logros hasta que Juan Carlos Útero empieza a inmiscuirse en tus quehaceres cotidianos y si antes te gustaban los poetas o los intelectuales que vivían del arte, súbitamente el instinto te dice "con este un polvo, m'ija. Nuestra producción es para ese" señalándote al medio timidón del costado al que le encanta jugar con sus sobrinos...

Sí, gente. La naturaleza no es tonta. Ya lo había dicho Schopenhauer hace tanto tiempo que ya todos nos olvidamos... El yin y el yan; el bien y el mal; la dama y el vagabundo; los Pimpinela. El universo es equilibrio en estado puro, la búsqueda constante de la armonía. Así se juntan el yuppie con la hippie loca. Él sueña con viajes exóticos mientras ella se come lo que hay en su heladera; él aprende a rescatar objetos de la basura y despreciar lo material mientras ella juega con su smart phone, fascinada ante semejante objeto mágico, misterioso. Situación digna de una canción de Arjona.

Avezado lector, sé que para este entonces ya habrás descubierto la oscura verdad y pensarás para tus adentros "pobre rumano, ¡huye! ¡Huye mientras puedas! ¡La rara es ella!". Pero, afortunadamente, algo aprendí tras tantos años de errores y, tarde pero seguro, pude descubrir, como mundana y ordinaria roca que soy, que estaba frente a un diamante en bruto. Y sí, tuve suerte.

Ahora Paul toma clase de vez en cuando. Cada semana visitamos un país diferente. A los dos nos gusta viajar y fantasear con la idea de adoptar un pibe en cada continente que visitemos (menos en Europa, creo que ahí lo haríamos). Le hablo gran parte del tiempo en español. Ya usa el subjuntivo. Entiende todo a la perfección. En unas semanas se va de viaje por un mes a sudamérica. Lo voy a extrañar.

Querida amiga (porque esta crónica más que parte de un blog de viajes debería ir al correo de lectores de la Para Tí), la próxima vez que rechaces la invitación al café del que trabaja en la oficina de al lado porque estás encajetada con el rubio ese que hace diecisiete años que estudia psicología y escribe para esa revista local de la que habla todo el tiempo, pensalo dos veces. Podés estar dejando ir a tu rumano raro... y nadie tiene la suerte de cruzárselo más de una vez en la vida.




martes, 21 de agosto de 2012

Stoumont

El paisaje me recuerda a los montes que vi a través de la ventana del tren en Bolivia; los valles verdes del noroeste argentino; la fertilidad de Chiapas. Sin embargo, no logro deshacerme de esa constante sensación de agobio. El espacio me sofoca. Me siento atrapada en medio de la naturaleza.
Las colinas de Bélgica son prolijas, pulcras, sometidas. No puedo evitar sentir la represión de la tierra que, ultrajada, se subyuga. Los bosques me miran con vergüenza ante la batalla perdida. Sí, se dieron por vencidos y se dejaron conquistar.
No existe el medio de la nada en Bélgica. Todo el paisaje está interpretado. En una villa de 500 habitantes, a la espera de encontrar al octogenario sentado en la puerta de su casa cuya única tarea es saludar a quien sea que pase, sólo me topo con camionetas estacionadas en la puerta de casa ostentosas que no tienen alma. ¿Dónde está la gente una noche de verano? ¿Dónde está el vecino que sale a vender su producción casera?
Una villa en medio de la nada en Bélgica es un barrio privado de Buenos Aires trasladado al monte cordobés. Eso, pero sin cordobeses. Sólo con belgas. Así, vagué por la única calle, sus 300 mts. de largo, una expresión de decepción que me duró hasta dormirme. Eran las nueve de la noche. Estaba atardeciendo. Hacía calor. Sólo quería una ecrveza. Era verano. Estaba en Bélgica.

martes, 12 de junio de 2012

Los controladores o el sino malvado


Como ya antes comenté en capítulos anteriores*, Bruselas ofrece todas las posibilidades para viajar colado en todos sus medios de transporte... Debilidad ante la cual una sudamericana en bancarrota sucumbe fácilmente.

Hay unas maquinitas naranjas a las cuales uno tiene que acercarse (sí, acercarse uno. Sí, a pagar. Sí, uno) que, como ya les había anticipado, no accionan mecanismo alguno que permita el paso. Es decir, si no pago, entro igual. ¿Necesitan que diga más?

Sin embargo, los seres grises y pseudo imaginarios de mi crónica anterior finalmente se materializaron... y cómo.
Salgo del subte y veo al cúmulo de guardas a la salida de la escalera mecánica. Subo igual, saco mi tarjeta sin usar (es necesario meterla en la máquina y que te imprima la fecha. Si está sin usar, se paga la multa... 100 euros). Se la muestro y en español y con mi mapa en mano y una sonrisa pretendo estar en regla. El chancho me empieza a hablar en francés, después en inglés y al ver mi cara de pánico me deja pasar creyendo que se le escapaban verdaderos infractores mientras una turista desinformada le hacía perder el tiempo.
Sudamérica 1 - Europa 0

Como si no hubiera aprendido mi lección... Hoy me subo al colectivo y a la parada siguiente (ni dos, ni tres. Una, sólo una) sube el chancho con toda una comitiva que lo espera debajo. Veo la situación, saco automáticamente mi pase sin usar y me acerco a entregárselo. Éste no me creyó tan estúpida (le faltaba conocerme aún), es por eso que me hizo bajar para que hable con su supervisor.
Mis nervios eran reales, el cuerpo me ardía. No llevaba mi pasaporte conmigo. Retomo mi cara de pánico y les digo que compré el ticket en el día y que hacía poco que había llegado. Me preguntan más y más y cuanto más me preguntaban... Más les preguntaba yo. Uno de ellos habla español, el que me bajó y es entonces cuando empieza a explicarme cómo funciona el sistema de transporte en Bélgica. Yo lo miro extrañadísima mientras digo "pero tiene la fecha de hoy" (sólo traen un código. Mi ticket tenía como dos meses); "pero yo fui al metro a comprarlo porque sólo se compra ahí" (los colectivos tienen una gran ventanilla donde el chofer te vende boletos); "pero, dónde lo meto, si todos tienen como una tarjeta magnética (acompañando mi explicación con el movimiento de la tarjeta al pasar por el aparato)" (mentira, hay dos maquinitas, una para cada cosa); "pero si cuando lo vi a usted yo me acerqué porque hay que dárselo a usted" (no, sólo cuando hay control, me explica el señor). Creo que tanto el gordito que me bajó como el de anteojos que al principio me tenía bronca y después lástima le agradecían a dios no haber tenido una hija tan estúpida. Si en el imaginario europeo latinoamérica usa taparrabos y vive de la caza y de la pesca, yo estuve como prueba fehaciente de que, encima, somos bastante lelos.
Sudamérica 2 - Europa -1. Les cabe el negativo, no pueden ser tan giles.

Lo mejor es que, a medida que me iba dando cuenta de que me creían, mis preguntas eran cada vez más, las repetía, agregaba comentarios, les ofrecía de ir hasta casa a buscar el pasaporte (porque aparte, eso, ni pasaporte tenía).
Al final, pasan mi boleto por la maquinita y me dicen que tome el próximo que llega en cinco minutos. Extrañada les digo, "pero tengo que sacar boleto. Este está usado ahora" (jua, más papista que el papa). Me preguntan adónde voy, y mientras pienso para mis adentros en la clase a la que llego tarde y que jamás facturaré, les respondo "a Forest (donde vive mi alumna). A la casa de una amiga. Es un parque grande (con las manos represento el concepto de graaaande), ¿no?". Agradezco su amabilidad. Me indican cómo ir. Subo al bus y parto.

A la vuelta caminé. Mañana me compro una bici. Sé que la tercera es la vencida.
Aún no sé si estar orgullosa de mí... o tenerme miedo.


*Véase "El transporte público en Bruselas".

Couch surfing


Un facebook de viajeros, un sitio de citas, un invento revolucionario contra el individualismo imperante que devino en empresa... vaya uno a saber para qué realmente sirve la página.
La cosa es que, uno tiene lugar en su casa y así porque sí, de un día para el otro, recibe a un desconocido que anda pululando por el mundo y le da hospedaje.

Seguramente en pleno apogeo de la edad media todos aquellos que acogían forasteros a mitad de la noche nos mirarían con cara de "ufff, qué transgresores, descubrieron la pólvora". Pero hoy en día el concepto es difícil de procesar para más de uno.

Cuando trato de explicar de qué se trata el sitio. Hospedar a alguien en tu casa por el mero intercambio cultural, siempre me topo con "pero qué, te paga?". Creo que lo más difícil de digerir es qué gana el que está en su casa cómodo y calentito y así de la nada tiene que convivir y adaptarse a los ritmos de un desconocido... en su casa.

Sin embargo, no me sorprende que en Europa sea donde más se utiliza la página y más adeptos tenga... A veces te recibe el que viaja, porque estuvo en el lugar del que carga la mochila. A veces te recibe el que no tiene a nadie, ni nada mejor que hacer que esperar a que llegues.

Para nosotras el sitio es un delivery de personas. Cuando buscaba hospedaje, era una forma austera de viajar y la forma más fácil de tener una familia en Perú, si no la única. Ahora que recibimos gente, las necesidades son otras... y las exigencias también. "Mmmmm, quiero un negro de Camerún que hable tres idiomas" o alguien con quien practicar el inglés, o con quien jugar al truco.

Pero, ¿es seguro? ¿qué riesgos se corren? Siempre existe la posibilidad de que el llegue te caiga mal. En esos casos se puede sutilmente insinuar que la estadía va a forzosamente verse reducida o se puede hacer tripa corazón y mirar hacia el otro lado. De todas formas, el peor riesgo que se corre es que la gente te caiga bien. Es encariñarte con los desconocidos y acostumbrarse a que estén sus bolsos y zapatillas desparramados por la sala. Porque cuando uno viaja, el poder de decisión está en uno. Se está en control. Pero cuando uno recibe se está casi a la merced del otro. Acostumbrada a salirme de las vidas del resto... se me hace raro ahora quedarme en la puerta saludando.

martes, 15 de mayo de 2012

Cómo sobrevivir en Europa sin dinero


Con nuestro último centavo alquilamos un departamento entre Nanna (sueca), Almu (la española dueña de la familia de Castejón) y yo.
El dueño del departamento, Daniel, resultó ser el eruopeo más meticuloso y rompe bolas del mundo... Pidió una familia o una pareja, pero Sam, que sólo quería cobrar su comisión, le presentó a tres amigas bastante hippies pero con una increíble capacidad de oratoria (sabía que mi argentinidad me iba a servir de algo tarde o temprano).
Camino al dpto. Coladas en el colectivo. Seguras de que nos iban a rechazar
                                                   
Daniel exigió que "el experto" (así lo llama) viera el departamento antes, junto con nosotras, para constatar el estado en que todo se encontraba. También nos informó sobre las diversas posibilidades de cómo abrir la cuenta en el banco para dejar los meses de depósito y sacó un proporcional de cuánto vamos a gastar de agua calculando la cantidad que consumió él al bañarse, multiplicándola por tres, por 365 más un extra por si nos hacemos un baño de inmersión... Sí, Daniel, violinista, está casado con una flautista japonesa, la cual, creemos, hace ya muchos meses que no toca la flauta de su marido.
Así fue como entre idas y vueltas, hace diez días nos mudamos a un departamento precioso... sin garantía, contratos, facturas ni residencia estable. Le agradecemos al universo la oportunidad de pertenecer.

Un milagro!

Algunas cosas que Daniel no sabe y que, por el bien de su ritmo cardíaco, le vendría bien no saber, es que el colchón que vamos a meter en la habitación de abajo es usado y regalado por un desconocido que lo publicó en Free cycle.
Información que el dueño también desconoce es que Nanna, además de ser abogada y trabajar para Valipat (la única del grupo con un perfil confiable) es una excelsa "dumster diver" (exploradora de basura). O sea, la mina te revuelve el tacho del vecino y te arma una cena de la puta madre...
Daniel también ignora que Almudena no tiene trabajo. Y, estamos más que seguras, que cada vez que hablo de mi viaje por México y latinoamérica, no se le viene a la cabeza mi trabajo en el timeshare ni mis noches con cucarachas en Belice...

En el Emaús
En definitiva, garpar le vamos a garpar, seguro. Sólo que su bello y delicado apartamento va a albergar los vasos que encontramos por la calle el otro día y el almohadón que se trajo Nanna anoche cuando se fue a dar una vuelta por el barrio.

Ojo, ojo. Ojo. Cabe destacar que, dados el confort y estilo de vida europeos, uno va caminando y de repente, pumba, una bolsa con cinco pares de botas nuevas en la calle (dos me quedaron bien, por suerte); o un sofá nuevo; o una cama; o vaya uno a saber... Acá tiran todo, total, compran más... Y ahí es cuando los marginales del sistema salimos al ataque.


Sólo aspiro a conseguir trabajo. Hacer dinero. Y ahí cuando esté a punto de convertirme en una verdadera europea... irme.

martes, 17 de abril de 2012

Europa está llena de europeos

Caucásicos. De ojos claros. Ropa cara, no ostentosa, pero de calidad. Peinados raros. Modernos, muy. Toman el transporte público y pagan. Uno les manda un currículum porque sí y te responden. Y te aconsejan. Los europeos son... exacerbadamente correctos. Tanto que dan ganas de tirar papeles en cualquier lado y cruzar el semáforo en rojo sólo para irritarlos un poquito.
Por momentos siento que son una suerte de volcán inactivo. Aplacados, calmos, oscuros, serenos. Ubicados. Un día se les sube la lava libidinosa y, pumba, te bajan a cincuenta peatones a escopetazos.

Ahí, en el jardín del medio, les tirás una lata de coca...

Algo que me gusta mucho acá es ser latina. Abuso de mi latinidad. Siento que mi calidad de extranjera me da licencias para romper con sus códigos y ser más argentina que de costumbre. Así, los saludo con un beso, los toco, los llamo por su nombre. Rompo con las distancias sin entrar en un plano sexual y los descoloco. Es evidente que les gusta. Les gustamos. Les gusta nuestra calidez, nuestra espontaneidad, nuestra capacidad de decir cualquier cosa en cualquier momento y que nos chupe un huevo.
Sábado a la tarde. Despedida de soltera. Sí, ya sé. 

Y me parece que se da una cosa medio bipolar, porque mientras me siento muy segura de mí misma en contextos informales (reuniones, salidas y demás), el mercado laboral me apabulla. He mandado currículums, planeo dejar más en mano. Confío en mis aptitudes... sin embargo, creo que en formalidad, la juegan de local. Ahí donde la corrección y el profesionalismo son la carta de presentación, siento que el carisma y la espontaneidad se convierten en un supositorio metafórico...
O quizá no. Quizá es ese un espacio donde también hay esquemas que romper. Quizá me calzo mi minifalda y me contratan... Aunque, sólo por las dudas, tal vez deba usar pantalones y no tutear al entrevistador.
Ma sí, yo pruebo las dos y después les cuento.
Creo que estando en Europa confluyen en mi cabeza mis idealizaciones, el imaginario social de Buenos Aires y sus ínfulas eurocentristas, mis miedos y la calle. La realidad palpable de una ciudad que, en definitiva, podría ser como cualquier otra. La humanidad de un grupo social que vive mejor que otros, aunque más de uno tiene varias carencias...
El Sr. Bigotes y yo cabemos perfecto...

Me encanta ese porcentaje intraducible. Esos cinco para el peso que nunca me van a poder dejar entender del todo por qué los coches paran para dejarme pasar, mientras yo corro avergonzada por joderle la vida al conductor. Me gusta no entenderlos y me divierte ver en su expresión (cada vez que tomo mate, grito, me río -tooooodo el fucking tiempo-, me abrazo con españoles) que, para ellos, soy un misterio también.

viernes, 24 de febrero de 2012

Pero mirá qué loco...


Buenos Aires me quiere matar.
Ciclotímica como quinceañera, paso de amarla a odiarla de una semana a la otra. Tengo cambios de estado anímico abruptos y de sentirme plena y en paz con el mundo paso a querer revolearle una molotov al primero que me mira. Me alejo, por las dudas, de las personas que quiero para no joder a nadie y pienso en qué carajo me pasa.

Mi estado zen duró un mes casi. Después descubrí que mi pasaje no se podía cambiar, que me iba a tener que ir la fecha pactada, con poca plata y sin pasaporte europeo y entré en pánico.
¿Por qué? Habiendo vivido situaciones muchísimo más penosas…  Vaya uno a saber. Creo que a mi modo había diseñado un plan lleno de concesiones, bastante razonable y aplicable a la mentalidad de la gran ciudad. Lo que pensaba hacer era lógico. Confiable. Estaba bien. No se puede. Qué hago. ¿Me quedo? ¿Pierdo mi pasaje?

Y ahí vino el derrumbe… Creo que la sola idea de considerar seriamente quedarme me pegó un sacudón que hasta me dio resfrío. Buenos Aires sin pasaje de salida es, para mí, una cadena perpetua.

¿Por qué odio a Buenos Aires? ¿Qué me hizo?
Buenos Aires no tiene misterio. La gran urbe que al turista le promete noches inolvidables a mí me recuerda cada día que nada mágico puede pasarme. Que voy a tomar el tren, va a llegar tarde, cambiaré por el subte, no me sentaré, daré mis clases, tomaré el colectivo, sacaré boleto, subiré nuevamente al tren y regresaré al hogar. Quizá en el medio vea un rato a un amigo, de los que me quedan y quiero ver. Eso son dos, tres, ocho, diecinueve meses en Buenos Aires. Habría que agregarle tres gotitas de estrés (porque todos lo tienen. Está de moda), mucha mala onda, muchas ganas de criticar  y mucho problema. Muuuuuuuuuucho problema.
Longchamps es feo. Es pobre y feo. No es pobre como Bolivia, donde se vive de forma simple y sin deseo de consumo. Es pobre como gran ciudad. Es pobre como gente que quiere pertenecer y no puede. Gente que quiere tener más y no llega. Gente que se levanta a diario a las seis para viajar apretado en un tren y volver muy tarde a que el sueldo no le alcance. No es Europa, no es la sierra, no es el caribe. La gente de la periferia pobre de Buenos Aires no es feliz y se nota. Hace mucho que no veía tanta gente triste. 

¿Por qué me gusta Buenos Aires?
Porque Buenos Aires no tiene misterio. Porque sé dónde está cada cosa, quién es quién y qué papel juego. Porque llego y en veinte minutos tengo una vida, como la de cualquier otro. Y trabajo y voy al centro y tengo amigos y voy al teatro. En Buenos Aires juego de local. Buenos Aires no me da miedo, no tiene secretos que ocultarme. Nunca me va a tratar mal. Sólo puede llegar a comerse mi vida mientras pago un alquiler y voy los fines de semana a cenar a lugares lindos… Pucha, que es traicionera.

Creo que en definitiva todas mis fluctuaciones emocionales pasan por lo mismo, porque me sigo olvidando. Me sigo olvidando que estoy de visita. Que es un rato. Que es un juego. Que no estoy. Me siento mucho más lejos de todos cuando estoy acá que cuando cambio de continente. 
Y tengo pánico de que me deporten en Europa, que no me dejen pasar por Iuesei, pero no porque es mi sueño quedarme allá… porque no quiero tener que volver… a comer la vida servida en bandeja que mi ciudad, vil y calculadoramente, me ofrece cada vez que estoy cerca.  

No, Buenos Aires. Yo te quiero… lejos. 

martes, 31 de enero de 2012

No me olvides de mí...


Latinoamérica me enseñó a entender que me gusta viajar, mucho. Me gusta sentir que cada día es único y el estar en movimiento permite elevar la producción de buenos recuerdos hasta el infinito. Me fascina sentirme parte de un lugar, por un rato, y llevarme su esencia  conmigo, quizás dejándolo sin alma… América Latina me enseñó también a entender que puedo vivir así y que si a mí me sirve y me permite sentirme plena, está bien.
Aprendí a romper con las estructuras. Vi que no hay una sola forma de hacer las cosas y que mucha  gente sigue la corriente porque no se les ocurre qué más se puede hacer y la idea de un cambio radical les genera pánico… Aprendí que puedo llevar una vida austera y que prescindo de lo material. Aprendí a ver que “mi viaje” poco a poco se iba transformando en mi estilo de vida y que carecía de una rutina y un espacio al que volver.  Apabullada por la incertidumbre, me costó miles de charlas con hippies, horas en la playa e historias de gente que había encontrado la forma de sentirse bien… cada puto día… entender que podía hacer con mi vida y mi tiempo lo que se me antojara el culo… y que estaba bien. O mal. Pero ero sólo problema mío.
Meli me enseñó que la vida es corta y que no hay que postergar. Y que si quiero ver Asia, sólo por si las moscas, me conviene hacerlo ahora…

Buenos Aires me recordó que las cosas no son fáciles, ni simples (aunque juro que tenía ya la certeza de que sí…); que no se puede ser feliz toooodo el tiempo (aunque juro que conocí gente que lo es)… y que Europa es el primer mundo, y ahí no se puede pelotudear.
Buenos Aires me devolvió mis miedos. Los que había superado allá por Belice… o cruzando de Ecuador a Colombia.

Eruopa me devolvió las estructuras.
Europa no juzgó mi estilo de vida, pero me demostró que lo que prima es el capital… y que allá se vive bien, porque se tiene con qué y porque todos son productivos.
Y por primera vez en mi vida… sentí que no podía. Pude vivir en Colombia, pude hacer plata en el caribe, pude andar sola por Honduras… Pero no pude quedarme en Europa. Porque allá sólo se quedan los que pertenecen. Sólo trabajan los que son parte. Con chistes inofensivos y sin mala intención realmente logré sentir que yo no era “suficiente” para triunfar en Europa… Anduve sola por más de treinta mil kilómetros y una cagadita más chica que toda Centroamérica me asustó.

Así que volví. A hacer las cosas “bien” y reconstruir mi ego. Y a recordar todo lo que había olvidado…
Buenos Aires me recibió con prejuicios y recriminaciones. Mi primera reunión con mis amigas fue echarnos en cara nuestras patologías en pos de la sinceridad. Eso fue “conectar”. Después de Europa me había olvidado de que sólo logré conseguir lo mejor de la gente dando lo mejor de mí… es por eso que en lugar de ver a mi gente y remarcar todo aquello que admiro de ellos, critiqué. Como se hace en la ciudad. Como se hace en el primer mundo y de la misma forma en que todos justificamos nuestra triste vida… porque siempre hay alguien que hace las cosas peor. Volví a la casa de mi familia indignada, como si no hubiera pasado el tiempo, reclamé mi espacio y me quejé y actué como si realmente fuera dueña de casa… aunque hacía tiempo que había perdido toda prerrogativa. Y volví a ser la Sofi que era antes de haberme ido (mis amigas lo notaron, felices…  la Sofi post América Latina no opinaba sobre nada ni nadie porque no tenía nada que decir… ésta hablaba mucho y se llenaba la boca sobre los demás, sobre sí misma y sus viajes).

Pero me sentí mal. Muy mal, como si todo fuera falso… como si lo que hacía cada día fuera más una puesta en escena que una realidad. Y ahí recordé Latinoamérica. Y me acordé de la intensidad con la que viví cada día y de cuánto me había costado alcanzar esa paz interior que la vuelta a la ciudad (del primero, segundo y tercer mundo) me cambió por “cosas más importantes”.

Entonces me levanté temprano e hice yoga. Todas las mañanas. Ordené mi cuarto, como mi abuela quería y ahora la llamo desde cada lugar al que voy (aunque sea a tres cuadras…). Y la beso, mucho. Porque es lo que la hace feliz y a eso vine estos dos meses. Y me di cuenta de que voy a viajar toda la vida, porque me gusta y está bien. Me di cuenta de que ya no soy la Sofi que se fue hace dos años y que mi gente ya no me conoce. Que mis mañas cambiaron, mis neurosis son otras. Me acordé de que tengo que sonreír todos los días y al hacerlo volví a ver la reacción de la gente cuando uno la trata bien…  y me lo digo, sólo por si me vuelvo a olvidar, Sofi: nunca vas a tener una rutina y una vida convencional porque sos así y te gusta moverte. Ya no le estás escapando a nada, porque estás en casa devolviendo algo de lo que recibiste y siempre vas a volver a tu gente. No sos exigente, sólo sabés bien lo que necesitás para ser feliz… y no querés resignarte. No te detengas. Seguí así, que vas bien. Te lo digo yo, que te conozco.



Esta crónica me la dedico a mí. Y a vos. Me disculpo por las molestias que la “Sofi de transición” pudo haber ocasionado… Me gustaría poder haber mantenido un intercambio más sano desde un principio. Me sigo rencontrando poco a poco…
No sos el iceberg todavía... pero te invito a ser creativo y divertirnos un rato... quizá yo sea tu barco...


Restablecí la versión original. Nunca pensé en las repercusiones de los cambios... Las dos son falsas e hiperbólicas. Pero la original tiene más chances de ser real... Pucha, me encanta escribir en código...


viernes, 27 de enero de 2012

De vacaciones a la rutina...


Ayer, en medio del Roca (tren eléctrico en pésimas condiciones que transporta a toda la clase obrera, trabajadora y excluida de la periferia hacia el centro, donde se mueve el capital) tuve otra de las tantas epifanías que me sobrevinieron en la semana. Feliz con el celular Samsung de mi abuela que tiene radio am/fm (y un jueguito del orto en el que hay que alinear simbolitos que me roba gran parte de mi tiempo vital...) presencié una de las tantas secuencias de violencia de las que el tren nos hace partícipes. Un borracho casi se agarra a piñas con un tipo. Al margen de las miles de discusiones que podría generar una escena como esa (por qué dejaron subir al borracho, quién empezó, qué mal educados, qué tarado el otro que no se da cuenta que al borracho le faltan unos jugadores... etc, etc) lo que fue claro para mí es la insatisfacción que se respiraba en ese vagón. Un vistazo general a la cara de todos los pasajeros demostraba que la pelea era, sin lugar a dudas, uno de los momentos más divertidos de su día y un alivio de que siempre hay alguien que está peor... Súbitamente me vi, contenta, cantando en voz alta con mi celular prestado, volviendo de trabajar en capital, con el calor, el dolor en los pies por los zapatos de taco, las monedas justas para el colectivo que todavía tenía que tomar... y fui feliz. Mientras en pleno enero, en pleno verano, la gente huye a la costa a aglutinarse frente al mar, tras nueve meses en el caribe yo opto por dos meses de zapatos de taco, colectivos, trenes, subtes y clases de inglés... jua. Mis vacaciones son la vida del resto.
Y ahí entendí... que algo me falla en la cabeza. Se ve que me deben haber programado al revés.

lunes, 23 de enero de 2012

La vuelta a... ¿casa?

Volver es raro. Muy. Uno siente que todo sigue igual pero diferente (fua, qué revelación... suerte que ando inspirada). Es inevitable percibir hasta los cambios más nimios en el paisaje. Una panadería nueva, lucecitas de colores en los arbolitos, el vecino que no tenía ni donde caerse muerto cambia de auto, el que parecía gay, resulta siéndolo, etc, etc.
Lo primero que uno recibe es el listado de defunciones. Primero se empieza por los que valían la pena (siempre con una exclamación de sorpresa seguida de un lamento), después sigue la lista con los que se lo tenían merecido, por último se llega a nombres que uno nunca conoció o ni recuerda y ahí se cambia de tema.
Lo mismo pasa con la vida del resto. Medio barrio tuvo hijos, de la otra mitad, sus hijos tuvieron hijos. Acá en provincia se procrea mucho...
Algo que me divierte es ver la reacción de la gente al verme... Después de casi dos años (y una visita relámpago hace tres meses) las caras de los vecinos se ven sorprendidas e inquisidoras, simultáneamente. Mi abuela se encarga siempre de mantener a todo el barrio al tanto de mis andanzas por el mundo... Al verme más de uno se preguntará "¿vendrá para quedarse?", "¿la habrán deportado?", "seguro que está embarazada...", "Pobre, todavía no está embarazada..." e infinitos etcéteras que se me cruzan por la cabeza cada vez que me topo con alguno que me vuelve a ver por primera vez...
Quizá no piensan nada. Quizá es sólo mi ego al que le gusta creer que la gente tiene teorías sobre mí... Sin embargo, a más de uno se le escapa el "eh... de visita de vuelta..." o "uh... ¿por cuánto tiempo esta vez?" a la espera de la información orientadora que les explique el origen de mi peinado nuevo... y mi futuro incierto.

Lo gracioso es ver como todo retoma su marcha como si nada hubiera pasado. La gente asume que uno sigue igual, porque al margen de un peinado raro a nadie se le ocurre pensar que la persona que tiene enfrente ya no es la misma porque pasó hambre en Belice, cagó en un pozo en Bolivia, durmió con cucarachas, vio las mejores playas del caribe y se enamoró de un europeo que vive en la loma del orto... Mucha de esa información nunca llega a oídos de nadie. Y el otro siempre cree que, salvo algunas nimias diferencias, todo sigue esencialmente igual... como el barrio y sus calles.

Me gusta volver. Me gusta volver como espectadora. Me gusta volver y jugar a que pertenezco un rato... A que soy la misma de siempre y todo sigue igual. Y miro para todos lados y están mis amigas de la infancia, mis primeros romances, mis trenes, mis colectivos, mis idas a estudiar... toda mi vida plasmada en paredes, esquinas, bancos de plaza y veredas...
Me gusta volver sabiendo que me voy... y que volveré a volver.

lunes, 2 de enero de 2012

Una noche con MDMA


Fábrica de ilusiones, Europa se caracteriza por su calidad… en todo.

El MDMA se me representa como el paradigma de la postmodernidad: quiero sentirme bien y lo quiero ya. Tres gotitas en un vaso con vino tinto y uno empieza a sentir que la felicidad emana por los poros. Una dicha extrema te envuelve y sólo se te antoja abrazar al mundo.

Antes de probarlo, Paco tuvo la gentileza de buscarlo por internet. La Wikipedia me anticipó el efecto de lo que iba a estar ingiriendo una hora más tarde: templanza emocional y apertura afectiva, comunicación desinhibida, empatía (…) euforia, alegría, felicidad, empatía in crescendo y una sensación de ligereza mental y física.

Y así fue. Al cabo de minutos sólo quería estar sola, aunque amaba a todos. Y a mí misma. Mucho. Una increíble sensación de paz junto con la sensibilización extrema de los sentidos. Percibía al mundo de forma diferente y todo estaba recubierto de un halo de alegría y amor que sólo una sobredosis de Disney podría igualar…

Ahí está, si tuviera que traducir el efecto del mdma en términos un tanto menos abstractos diría que es algo así como cuatro Julia Roberts en sus películas más empalagosas junto con tres Meg Ryans y dos Jenniferes Aniston, todas enamorándose de forma simultánea; cinco mundiales de fútbol ganados por Argentina en forma consecutiva con tres goles de Maradona de chilena… desde el banco… como director técnico; un asado al aire libre en un día soleado con tira, chinchulines, morcilla, chorizo, molleja, provoleta y vino tinto… cuando llevás meses en Bruselas.