domingo, 25 de diciembre de 2011

España y Castejón de Sos


El sol golpea la ventana y entra a todos lados sin pedir permiso al norte de España, en un pueblito de los Pirineos. Con setecientos habitantes, hasta los perros se saludan entre sí y saben de las andanzas  de los topos de los alrededores… 

Desconocido hasta para los propios españoles (“¿Castellón?” “No, Castejón.” “No, no, debes estar hablando de Castellón…”), la gente es excesivamente amable y los días se suceden suaves, en un continuo, inalterables…

En casa de Almudena están su padre, hermano y, usualmente, su madre, a quien el destino o la mera bilogía le llevó a su progenitora días antes de navidad, dejándole entero a un progenitor aficionado por el drama y con una gran necesidad de acaparar la atención… que su esposa ya no puede dispensarle. Ergo, el abuelo se clavó pastillas y la obligó a quedarse un par de días más en vigilia.  En navidad. En la otra punta de España. Macanudo el viejo.

Con los ánimos un tanto alicaídos, la familia aún festeja. Porque es España. Porque es navidad. Y porque hay vino y comida. Mucha.

El padre de Almudena tiene un registro de voz crónicamente alto y una tendencia a enfurecerse si uno no termina su plato de comida. Amante del jamón, un entendido de los fiambres y catador voluntario de toda variedad de vinos… me cae bien. Y como arraso (rememorando esas épocas de antaño en que se me conocía como “el critter”) con absolutamente todo lo que me ponga por delante, le caigo bien también.

El hermano de Almudena es el ideal de hombre con el que toda treintañera se quiere casar. El clásico buen tipo, trabajador y honesto que todas le envidian a su hermana, la que sí se casó. Preso cual princesa en la torre, Jerónimo se hace cargo del negocio familiar, un hostal, y pelea la crisis abriéndolo cada día, aunque no haya huéspedes.
El pueblo tiene un déficit de mujeres que Jerónimo sufre a diario. Yo tengo una lista de al menos quince amigas (a la cual, si sigo así, en dos años me sumo) que matarían por darle una decena de herederos…  

La familia se completa con Vero, la mayor, que vive a unos veinte metros (a una distancia media, considerando las dimensiones del pueblo) con su esposo Manel y sus dos hijas Queralt y Martina (sí, las dos primeras horas la llamé “carel”, “coral”, “quedar” hasta que decidí jugar sólo con la más chiquita).

Caer en las fiestas significó poder presenciar la lotería navideña. El gordo de navidad paralizó a España por dos días y acaparó toda la atención de los medios. Salió en Huesca, cerca de Castejón. Cientos de familias ganaron miles y millones de euros (debe ser una costumbre bastante arraigada… los premios eran descomunales). La relación entre la fe en el azar y las fluctuaciones de una de crisis parece ser directamente proporcional…

Castejón es turístico. Sobran los hoteles. La gente (principalmente españoles y algunos ingleses) se acerca durante las fiestas, fines de semana largo y, fundamentalmente, en invierno a esquiar. Sin embargo, la fuerte crisis ha generado un recorte general y un paro productivo al extremo tal de dejar al pueblo sin nieve… el gobierno promete una nevada en breve. Nadie le cree, como siempre.

Castejón es Iruya; o Yaví; o cualquier pueblito de Bolivia; o la sierra colombiana; o una comunidad perdida de Chiapas. Sólo que en lugar de sembrar, van en auto al pueblo más cercano a hacer las compras (excepto don Jerónimo, que orgullosamente cuida su huerto); en lugar de tener un puesto en la feria o el mercado, tienen un café, o un hotel o un centro de esquí; en lugar de secar la ropa al sol, lo hacen con la lavadora; en lugar de ir hasta el pozo a buscar agua, prenden el lava vajilla y en lugar de esperar a que abra la única cabina telefónica del pueblo de al lado, prenden su smart phone.  

Y ahí está Europa. Ahí está la diferencia radical entre culturas y continentes. En Europa no existe el medio de la nada. En el corazón de occidente la tecnología se hizo carne y el teléfono e internet son vitales… como la coca que masca la chola y el maíz que se muele en México. El pueblo se siente, la gente es de pueblo, la vida es simple, pero el confort es de ciudad.


Ando contenta por Castejón, pensando en los miles de equivalentes que tiene por el mundo…

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El transporte público en Bruselas

Bruselas es chiquita, muy. Hay dos líneas de metro, por ejemplo, que casi se superponen y hacen el mismo recorrido. Había capital, ganas de crecer, visión de desarrollo... entonces hicieron varias líneas aunque no tienen ni gente para subir en los vagones... Se me ocurren tantas otras capitales del mundo en las que podrían haber invertido, pero bueh.

El sistema de cobro es bastante... europeo. Hay en los costados de cada escalera y entrada una suerte de aparato donde uno mete el ticket. Es curioso destacar que no existe dispositivo alguno que se active ante el ingreso de ese ticket y permita el acceso... en otras palabras, yo nunca pagué boleto.

Mi percepción latinoamericana del mundo no me deja comprender por qué habría de abonar mi pasaje si nadie me lo exige... y mi capital, originario de mi trabajo y esfuerzo en latino américa,  me recomienda, si no me obliga, a no pagar ese boleto. ¿Cómo pretende el gobierno belga que yo abone dos euros (12 pesos argentinos, casi 40 pesos mexicanos) en hacer dos estaciones de subte si no hay molinete? ¿Eh? ¿Eh?

Sin embargo, existen, vaya a saber uno si son reales o meros mitos del folclor popular, los famosos "controladores"... hombres grises, figuras oscuras que se encuentran a la salida de cada estación y le piden a la gente su boleto. Cuenta la leyenda que quienes no muestran el suyo abonan 50 euros o son encerrados en un calabozo por días o son devorados por un monstruo belga de cien cabezas que sólo se alimenta de chocolates y pasajeros que se creen más "vivos" que el resto... Nadie los ha visto. Mis amigos me hablan de ellos. Cada vez que salgo de una estación ensayo para mis adentros las diferentes historias que contaré para apelar a su perdón... que hablo otra lengua; que soy turista; que me han robado la cartera; que juro que el boleto que muestro es mío y de hoy; que en México podría comerme 136 tacos con ese dinero; que lo usé y lo tiré... y más. El miedo se apodera de mí cada vez que salgo de una estación. Nunca los encuentro, nunca los veo. Sin embargo, hay como un deseo intenso, medio oculto, medio morbo, de topármelos... y ver qué pasa. Y tener algo más que escribir...

martes, 6 de diciembre de 2011

Segundo ride a París


En el mismo lugar que antes, con mucho más frío y lluvia, desenvainé mi cartel: París (dibujo chungo de una torre que parecía más una antena de telefonía celular) avec une argentine (banderita de argentina)... Los belgas no estaban preparados para eso. No, no.
Una sucesión de conductores forzaban la vista para leer el cartel y expresiones de lo más diversas se sucedían cuando ya estaban demasiado lejos o demasiado rápido para frenar... Más de uno se lamentó, lo sé por sus caras.
Por suerte, Smail paró. Argelino, hacía ya más de 10 años que vivía por estos lares... Entendiendo la mitad de lo que me decía pero deduciendo gran parte de toda la conversación gracias a mis grandes habilidades extralingüísticas (debería ser una suerte de súper poder, ¿no?), supe que en Argelia la cosa está jodida. Y que, al parecer, es principalmente culpa del gobierno... corrupto. Su historia me sonó familiar, pero en pos de no perder el hilo de la conversación traté de no armar analogías en mi cabeza.
Me contó que parte de su familia estaba en Inglaterra. Mi francés se limita a la sesión hipnótica con Francesco y  a un sitio web muy muy malo donde te muestran tooooodas las conjugaciones en las tres primeras clases sin vocabulario alguno. Como si fuera posible para mí usar el pretérito imperfecto sin saber cómo nombrar a los miembros de la familia... Fue esto último lo que me llevó a creer que en Inglaterra estaban las dos esposas de Smail, una polaca y otra inglesa. Tras reír un rato y explicarle mi malentendido caí en la cuenta de que quienes estaban en Inglaterra eran sus dos hermanos con sus respectivas esposas... una polaca y otra inglesa. Y que los que se casan con muchas son los marroquíes, no los argelinos...
Smail era divorciado.Vivía en Mons, cerca de la frontera con Francia y ahí tenía un restorán cuya especialidad era la carne. Cerca de llegar a Mons me preguntó si quería conocerlo y almorzar ahí... Chequeé mi agenda y vi que tenía casi toda la tarde libre, así que acepté.

La especialidad de La Cervoise era un gran pedazo de carne cruda sobre un rectángulo de roca híper caliente. Uno tenía que cortar y abrir la carne para cocerla bien... Raro, rico y raro. "Charlamos" (si se puede llamar conversación a un intercambio monológico donde yo simulaba entender) y luego me despedí. Smail me dejó su número y me dijo que volviera a pasar a mi vuelta de París.

Lejos de una gasolinera, al mediodía y con pocas hora de luz restantes la cosa fue difícil... Esperé como ocho minutos, nadie paraba, hasta que me acerqué a un auto que se acercaba por una calle alternativa y le pedí que me llevara a la gasolinera más cercana.
No recuerdo su nombre. Era de Túnez. Al principio,  desconfiadamente, el conductor no entendía mucho qué hacía ni para dónde iba. Después de presentarme y ver que era inofensiva me dijo que tenía 34 años, me preguntó mi edad, siempre de forma muy respetuosa, mientras se reía feliz de estar llevando una chica joven en su auto... (porque en Europa soy joven. Recuérdenlo, acá todos tienen 30 o más*).
Ay, ay, ay... tanta abstracción y tecnología para ir en busca siempre de lo mismo. Cómo nos gusta negar la biología, ¿eh?

Bajé en la estación de servicio y empecé a hablar con todos. Algunos, al verme, me daban instrucciones y no entendían que estaba pidiendo un ride. Otros, muchos, al principio me miraban desconfiados, me decían hacia dónde iban ellos y después de mi sonrisa con un fuerte merci boucup me preguntaban de dónde era, me hablaban en el poco español que sabían, nombraban a Maradona y empezaban a señalarme las placas de los autos que iban a Francia... La gente es buena. No me cabe ninguna duda.

Así encontré a Niko y Jeunes. Dos malabaristas con rastas que no tuvieron que deliberar mucho para decirme que sí...

En su camioneta llegué a otra estación de servicio, ya a sólo una hora de París.
Ahí me acerqué a cuatro estudiantes franceses que venían de Bruselas a pasar el fin de semana con sus familias. Un muchacho, tres mujeres. Una de ellas hablaba inglés y no podía entender del todo qué hacía ahí, sola... Parece que en Europa el concepto de "gratis" es muy alien... Más todavía el de "interactuar con un desconocido".

Me dejaron en París. mandé un mensaje al cel de Emma desde el teléfono de alguien en el metro y media hora más tarde llegó Esther para abrirme la puerta...

Un fin de semana de locos. Bien burgués. Con discoteca cara y restorán asiático... Gasté el triple de lo que me habría costado el pasaje. Pero al almuerzo con Smail y a las charlas de las gasolineras el dinero no las puede comprar... para todo lo demás, existe Master Card... pero tampoco tengo**, así que bueh...

*Para más información remitirse a "Bruselas, una ojeada al primer mundo"
**Por más información al respecto remítase a "Cómo sobrevivir en París sin internet, celular ni tarjeta de crédito"

jueves, 1 de diciembre de 2011

Cómo sobrevivir en París sin internet, teléfono celular ni tarjeta de crédito…


No se puede. Inténtelo, verá que no se puede.
El primer mundo ha dedicado todo su esfuerzo y empeño en cumplir al extremo el poner “la tecnología al servicio del hombre”. Seguramente en no más de unos 50 años todo un ejército de droides estará destruyendo todas las capitales, pero bueno, falta para eso.
Todo en París parece ser fácil… para el que cuenta con las herramientas indispensables para ser parte del juego.
 Sin internet en casa de Emma, me vi forzada a deambular por bares y escuelas captando señal donde pudiera. Agradezco a Dios, y a las miles de cuotas de Garbarino, que le permitieron a mi familia comprarme esa bendita computadora que salió seis veces más pero sin la cual, me atrevo a decir que, no podría ni salir a calle… Ya que el concepto de “ciber” en París es casi tan alien como el de “locutorio”.
Tras enviar un mail por la tarde, me vi forzada al día siguiente a llamar a la persona para concertar una cita. Número de Bélgica, ergo, los celulares de Emma y Esther no funcionaban. Podría usar Skype… pero carezco de tarjeta de crédito para hacer las cargas pertinentes. Decido, entonces, buscar un locutorio…
Debería de haber filmado la expresión en la cara de los parisinos. Algunos, entre mi pobre francés y el extraño concepto de lo que buscaba, ni siquiera me entendían. Otros, tras pensar un largo rato, desistían y con tristeza me decían meramente “no, no hay”. Estaban también, por último, los que creían que buscaba un ciber y me mandaban allá adonde el diablo perdió el poncho para encontrarme con muchas computadoras a 4 euros la hora. Sí, 4 euros la hora. A veces, muy esporádicamente, me topaba con cabinas… en donde era necesario meter tarjetas de 10 o 20 euros…
La vida en París es fácil. La tecnología hace todo por uno. Así, es posible tener internet en el auto, usar bicicletas plegables y  permitir que el GPS conduzca… El único requisito es pertenecer. El nivel de confort es tal que todos lo tienen todo… en su casa. Dentro de la esfera de lo individual. Como latinoamericana de visita, sobrevivir sin celular, internet ni tarjeta de crédito en París es casi como tirarse al río… sin canoa.