El sol golpea la ventana y entra a todos lados sin pedir
permiso al norte de España, en un pueblito de los Pirineos. Con setecientos habitantes,
hasta los perros se saludan entre sí y saben de las andanzas de los topos de los alrededores…
Desconocido hasta para los propios españoles (“¿Castellón?” “No, Castejón.” “No, no, debes estar hablando de Castellón…”), la gente es excesivamente amable y los días se suceden suaves, en un continuo, inalterables…
En casa de Almudena están su padre, hermano y, usualmente,
su madre, a quien el destino o la mera bilogía le llevó a su progenitora días
antes de navidad, dejándole entero a un progenitor aficionado por el drama y
con una gran necesidad de acaparar la atención… que su esposa ya no puede
dispensarle. Ergo, el abuelo se clavó pastillas y la obligó a quedarse un par
de días más en vigilia. En navidad. En la
otra punta de España. Macanudo el viejo.
Con los ánimos un tanto alicaídos, la familia aún festeja. Porque
es España. Porque es navidad. Y porque hay vino y comida. Mucha.
El padre de Almudena tiene un registro de voz crónicamente
alto y una tendencia a enfurecerse si uno no termina su plato de comida. Amante
del jamón, un entendido de los fiambres y catador voluntario de toda variedad
de vinos… me cae bien. Y como arraso (rememorando esas épocas de antaño en que
se me conocía como “el critter”) con absolutamente todo lo que me ponga por
delante, le caigo bien también.
El hermano de Almudena es el ideal de hombre con el que toda
treintañera se quiere casar. El clásico buen tipo, trabajador y honesto que
todas le envidian a su hermana, la que sí se casó. Preso cual princesa en la
torre, Jerónimo se hace cargo del negocio familiar, un hostal, y pelea la
crisis abriéndolo cada día, aunque no haya huéspedes.
El pueblo tiene un déficit de mujeres que Jerónimo sufre a diario. Yo tengo una lista de al menos quince amigas (a la cual, si sigo así, en dos años me sumo) que matarían por darle una decena de herederos…
El pueblo tiene un déficit de mujeres que Jerónimo sufre a diario. Yo tengo una lista de al menos quince amigas (a la cual, si sigo así, en dos años me sumo) que matarían por darle una decena de herederos…
La familia se completa con Vero, la mayor, que vive a unos
veinte metros (a una distancia media, considerando las dimensiones del pueblo) con
su esposo Manel y sus dos hijas Queralt y Martina (sí, las dos primeras horas
la llamé “carel”, “coral”, “quedar” hasta que decidí jugar sólo con la más
chiquita).
Caer en las fiestas significó poder presenciar la lotería
navideña. El gordo de navidad paralizó a España por dos días y acaparó toda la
atención de los medios. Salió en Huesca, cerca de Castejón. Cientos de familias
ganaron miles y millones de euros (debe ser una costumbre bastante arraigada… los
premios eran descomunales). La relación entre la fe en el azar y las
fluctuaciones de una de crisis parece ser directamente proporcional…
Castejón es turístico. Sobran los hoteles. La gente
(principalmente españoles y algunos ingleses) se acerca durante las fiestas,
fines de semana largo y, fundamentalmente, en invierno a esquiar. Sin embargo,
la fuerte crisis ha generado un recorte general y un paro productivo al extremo
tal de dejar al pueblo sin nieve… el gobierno promete una nevada en breve. Nadie
le cree, como siempre.
Castejón es Iruya; o Yaví; o cualquier pueblito de Bolivia;
o la sierra colombiana; o una comunidad perdida de Chiapas. Sólo que en lugar
de sembrar, van en auto al pueblo más cercano a hacer las compras (excepto don
Jerónimo, que orgullosamente cuida su huerto); en lugar de tener un puesto en
la feria o el mercado, tienen un café, o un hotel o un centro de esquí; en
lugar de secar la ropa al sol, lo hacen con la lavadora; en lugar de ir hasta
el pozo a buscar agua, prenden el lava vajilla y en lugar de esperar a que abra
la única cabina telefónica del pueblo de al lado, prenden su smart phone.
Y ahí está Europa. Ahí está la diferencia radical entre culturas y continentes. En Europa no existe el medio de la nada. En el corazón de occidente la tecnología se hizo carne y el teléfono e internet son vitales… como la coca que masca la chola y el maíz que se muele en México. El pueblo se siente, la gente es de pueblo, la vida es simple, pero el confort es de ciudad.