domingo, 4 de septiembre de 2016

Casados y boludos en Mongolia 2 - (Comienzo por Polstanchu)

Mongolia, un año y pico que ya pasamos acá. Y Sofi me pidió que escribiera algo sobre el lugar. Por reflejo, empiezo mi listado largo de puntos ordenados y alineados como en el trabajo. Borro todo y empiezo de vuelta, hay que escribir con onda, me digo. Pero, fatalmente, lo único que me viene a la cabeza es la sagrada trinidad de Mongolia: caballos, contaminación y khuushuur (el ultimo se lee como como ‘juyur', así que califica). Punto uno, caballos. Los bichos y compañeros tradicionales aquí, ves los jinetes burlándose de todo coche bloqueado en el atasco continuo, pasando en el linde de las calles. Me sacaron una foto súper buena cabalgando, por suerte tenía anteojos de sol y una chaqueta, así que no se notaba el rictus de dolor que tenía por el trote del caballo y el sillón choto, tampoco la postura medio jorobada y tensa. Pero la foto esa, dios, cuántos likes en Facebook que rejuntó. Así me siento como extranjero en Mongolia, estupendo en la foto, cabalgando para el carajo en realidad.

Mi traste también recuerda las aventuras en el campo, los fines de semana en el parque nacional. Creo que ver a un extranjero andar a caballo o intentar practicar arquería debe ser para los mongoles tan gracioso como ver a un gringo bailando tango por primera vez o a un vegano hacer un asado. Pero cuando uno es turista tiene que someterse al ritual de hacer lo que hace el local. Para sentirse un boludo. Así, dormimos en yurtas, anduvimos a caballo, comimos los platos típicos del lugar y nos fuimos por el inodoro mientras nos dolía todo el cuerpo a la mañana siguiente.
Algo que llama mucho la atención de Mongolia es la superstición. El edificio en el que vivimos no tiene piso trece, por ejemplo. Entre el doce y el catorce hay un agujero negro que vaya uno a saber adónde lleva. Aunque a veces creo que el agujero negro es todo el edificio, porque cortan la luz muy seguido.

Los rumanos putean bastante.  Y se toma muy en serio, tenemos como un escalafón muy claramente definido de insultos. Si tuviera que explicárselo en detalle a alguien me costaría un huevo. Creo que por esto me encanta tanto el español, todo fluye, el humor, lunfardo regional (o nacional, porque medio mundo habla español) e injurias se rejuntan y se intercambian de manera tan linda. Por esto prefiero mandarlos al origen en español a todos los hijosderemilcontraputasdelaconchadelaloraque-losremilparió (Sofi me va a censurar esto, estoy segurisísimo) mongoles que no saben manejar. Solo en los casos más extremos recurro a maldecir en rumano. Por suerte ella no conoce todas la sutilezas del rumano todavía, sino me lavaría la boca con jabón, creo. Y está dormida a las 2 de la mañana cuando tenemos el apagón diario que me corta el chorro del video juego o training en línea que estoy haciendo. Vuelvo a la cama, vencido y abatido y la cuchareo (del inglés spooning, imagínense 2 cucharas una detrás de la otra) a Sofi. No es una pérdida total de noche porque se ríe en el sueño y me divierte, y porque por fin empiezo a sentir mis extremidades bajo la frazada gruesa, tras haberlas congelado unas horas en frente de la compu en pijamas.


Pero no todo en Mongolia es frío, contaminación y carne fea. Porque Ulan Bátor, como cualquier otro lugar del mundo, tiene gente. Extranjeros, locales, nenes en orfanatos. Gente. Y donde hay gente hay vida. Donde hay gente hay potenciales amigos. Mongolia, con sus menos treinta en invierno, se vuelve verde en verano. Los bares sacan sus mesas afuera, aflora el calor, metes las patas en los ríos creyendo que te podés bañar y ahí ves que el agua sí sigue a menos treinta y te volvés a sentar al pasto sintiéndote un boludo y convenciéndote de que no hace tanto calor, que mejor te comés otro sangüichito. Mongolia nos dio fiestas, cenas, campo y estepa y nos recordó cuán afortunados somos al poder “elegir” dónde vivir y al poder movernos libremente en un mundo lleno de etiquetas. Y, paradójicamente, logramos ser muy felices en Mongolia. Celebramos cada vez que tomamos vino  o encontramos un buen pedazo de carne. Y celebramos también cuando no los conseguimos, con cerveza china fea y una sopa de fideos. Porque la felicidad no se busca, se lleva con uno. Y creo que ya estamos preparados para ser felices de vuelta, en cualquier lugar al que vayamos, aunque no nos agarremos piojos ni nos cobren una fortuna por una manzana. 

Noruega: igualdad y prosperidad… si sos noruego, claro


El barrio
“Todos somos iguales… pero algunos son más iguales que otros”. Esta frase de Orwell no podría describir de forma más clara la vida en Noruega. Buen estándar de vida, salud gratis, transporte público de calidad, increíbles paisajes, pocas horas de trabajo, derechos y beneficios sociales… la panacea de la social democracia al alcance de la mano de cualquiera que porte un pasaporte noruego.

No me puedo quejar, nuestro estilo de vida es bueno. Pero tras enviar 35 currículums y terminar trabajando en Malecón (una escuela de salsa que también enseña español) con José Arturo, alias, “el cubano chanta”, quien no me quería pagar, no puedo evitar sentir un dejo de resentimiento ante una sociedad igualitaria que, al margen de mi capacidad y certificaciones, me dejó fuera por “no hablar” noruego (eufemismo de no ser noruega).

La primavera
Y ahí nomás me dije: se van todos a cagar. Me embarazo. Obviamente, no fue una decisión unilateral, mi co-equiper estuvo de acuerdo (su rol era tan fundamental como el mío en el proceso de elaboración). No voy a perder uno o dos años aprendiendo noruego y haciendo nada cuando al menos podemos crear nuestra propia gente para llevárnosla al próximo destino y reducir así la presión de socializar. Además, el estado te paga por tener hijos, qué mejor. Me habría gustado más que me pagaran por enseñar español, pero bueh, si Oslo, con sus 600.000 habitantes tiene TODAS las escuelas secundarias llenas de españoles o nativos con experiencia, formación y postgrados, qué le voy a hacer… Así que creamos otro inmigrante. Un poco para ser más felices, otro poco para joderles la vida.

En Mongolia era evidente que los extranjeros no caían bien. La gente no te sonreía, el frío los hacía cerrados y hoscos. Uno no se sentía muy bienvenido. Acá son más amables. Los noruegos son políticamente correctos. Te sonríen, te saludan y te preguntan ¿y cuánto se van a quedar? Así como quien no quiere la cosa. De más está decir que hay diferentes niveles de inmigrante: el refugiado (clase C); el inmigrante que viene a probar suerte como mano de obra no calificada (clase B) y el expat (¡qué top! Clase A), es decir, el extranjero que viene contratado. Yo soy clase B, pero me casé con un clase A, lo cual automáticamente me hace ascender una categoría. Es por eso que nos topamos con conversaciones del tipo:
-Ay, no, cuidado con ese barrio, no vivan ahí. Está lleno de inmigrantes.
-Pero nosotros somos inmigrantes.
-(silencio)  
Bergen
Sí, el expat es un inmigrante cool. No vino a probar suerte, lo llamaron. Así, me cuelgo de la gloria de mi marido y me indigno cuando TODOS los diálogos de nuestros libros de noruego muestran conversaciones entre Carlos, el mesero, y Mohamed, el taxista, enamorado de Aisha, quien es voluntaria en un jardín de infantes para aprender noruego.
Boludas saliendo del agua
Sí, Noruega es un país de ensueño. Han  hecho la cosas bien y han adquirido un nivel de igualdad y calidad de vida únicos en el mundo. Ojo, no digo que sea imposible pertenecer, sólo lleva tiempo… Años. Tiempo para probarles que uno puede ser capaz de ser como ellos. Tiempo para aprender la lengua, hacer los contactos, trabajar gratis o hacer alguna práctica, tiempo para merecer ser cuasi noruego.

Lamentablemente, nuestro estilo de vida de dos años acá, dos años allá no nos da el margen para probar nada. Así que habrá que gozar de los beneficios sociales un rato y partir hacia nuevos rumbos hasta que la porotis* sea lo suficientemente mayor como para decidir de forma conjunta en la familia sobre nuestro estilo de vida (a ver, que si sale hippie viajera, habrá que seguir yirando. Somos una cooperativa democrática. Todo se somete a votación).  

Por el momento, disfrutamos de la vista al fiordo, los asados con carne cara y medio fulera, los paseos en la naturaleza, la compra/venta de segunda mano y los muchos amigos que invitamos a casa o nos invitan porque comer afuera es privativo. Noruega es un hermoso país y su calidad de vida es casi inigualable. Sólo recomiendo unas sesiones previas de autoflagelación al amor propio antes de venir (como las de Nacha Guevara, pero a la inversa), así uno no llega acá creyéndose igual a nadie y se esmera en probar lo que vale, como corresponde y se espera.


*Poroto/a: pseudónimo adjudicado a nuestra primogénita a los inicios de su gestación por ser pequeña y generar un exceso de gas. 

lunes, 16 de noviembre de 2015

Casados y boludos en Mongolia 1 - (Comienzo por Zofia)

“Crónica Tota Mongolia”. Así se llamaba el archivo que no logró sobrevivir el paso por la papelera, seguido de la instalación de Windows 10 que dejó la compu de Paul en perfectas condiciones para que instale Starcraft y luche contra invasores interestelares cada puta noche, hasta las cuatro de la mañana.
“Las delicias de la vida conyugal”, podríamos llamar a este artículo. 

Como una suerte de “castigo”, le dije que algo bueno tenía que salir de borrar mi cada vez más escasa producción creativa y eso sería una crónica escrita por los dos. Sobre Mongolia.
El archivo borrado empezaba con la descripción de mis clases de yoga en mongol. Como si el yoga en español no fuera lo suficiente difícil… un mes fui al gimnasio nomás. No podría volver a contarlo ahora ya que ni me acuerdo qué hacía en las clases. Aprendí a contar hasta tres. Eso sí. 
Paul sí va a al gimnasio. Regularmente. Todos los espejos lo conocen.

“Este maldito archivo, si sólo lo hubiera publicado hace 3 meses”. Eso tendría que haberse reprochado mi esposa. De la nada, después de haberlo borrado de mi escritorio, de mi compu (que , con toda sinceridad, fue mi primer amor y hoy día anda cada vez más descuidada, pobre), me lo pide porque “el genio creativo es así, dejas una cosa a un lado desamparada 3 meses y luego volvés a toda fuerza a terminarlo”…el espíritu artístico, al margen de la femineidad, es una de estas cosas para las que no existe mucho tutorial, y la página de wiki estuvo escrita a lo mejor por una mujer igual de embebida del mismo espíritu artístico.

Ella está ahora al lado mío y me dice como tenemos que intercambiar computadoras escribiendo esa crónica, porque es espontáneo y divertido. Mi espíritu práctico, después de haber escrito contratos interminables, se está lamentando de falta de estructura y sentido, pero lo estoy apaciguando diciéndole que la meta es compartir y tener tiempo de calidad, no llegar a tener la crónica perfecta (solo googleen crónica y ya verán mucho tutorial muy bueno en este sentido). Y, por cierto, el narcisismo no se desarrolló en ella, verdad. Es difícil ser narcisista cuando te da fiaca ir regularmente al gimnasio.

Me deja un flato y me pide que siga. Literalmente. Mongolia ha realmente sido una prueba para la pareja. Cuando uno trabaja desde casa a distancia con Ucrania, Kazajistán y Rusia y el otro, casi que ni trabaja, uno termina compartiendo mucho tiempo con su media naranja. Si a esto le sumamos que afuera hace menos treinta grados, el tiempo juntos se ve indefectiblemente incrementado. Lo bueno de vivir en la capital más fría del mundo, y una de las más contaminadas, tras haber pasado algunos años en Europa es que existe un enemigo común: Mongolia. Todo se le puede atribuir a Mongolia. Si se te quemó el huevo frito, si contagiaste de gripe a tu pareja, si andás con gases, si hace tres días que no te bañás… No es tu culpa, es Mongolia. Y esto le hace bien a la pareja porque no hay nada que una más que criticar a un tercero. Que no existe. Y no es tu amigo. Así, proporcionalmente, cuanto más odiábamos nuestra localización, más nos amábamos. Al punto tal que a ojos de mi esposo llegó a justificarse que yo trabaje poco, ya que me vine a Mongolia con él… (Entre nos, me iría mañana a Afganistán si así puedo seguir con esta vida…).

Y luego llega el fin de semana, y el verano. Y esto es el tope de la vida en Mongolia. Las fotos de álbumes turísticos se parecen por fin a la realidad, no hay mas contaminación. Todo es verde, los arboles aparecen de la nada. Le compras a tu esposa una carpa y la rompés de fiesta, asado y camping todos los findes. Hace calor, lo impensable de broncearte bajo el sol y el cielo azul con 30 grados por fin se vuelve realizable, y tu esposa te sonríe mientras se esta mojando las patas en el rio. Y te encanta Mongolia, los amigos que tenés, las escapadas, los precios de 2 mangos con cincuenta y las cabalgatas que no te rompen mas la loma, después de tomarte una botella de vodka con tu anfitrión de yurta y guía  (porque se puede tomar y montar a caballo después, a diferencia de tomar y conducir  - ventaja Mongola!). Es la bella y la bestia este país. La cara y cruz de la misma moneda. El yin y yang de un país sujetado entre el martillo ruso y el yunque chino. Y decís “ sain bain noo”, o buenos días en mongol, a todo el mundo con el que te topas, porque te sentís bien y porque son 3 de las 7 (para los sobresalientes 8 o encima 9) palabras de mongol que aprendiste, y te encanta usarlas.

sábado, 16 de mayo de 2015

TODO LO QUE USTED SIEMPRE QUISO SABER SOBRE JAPÓN Y LO QUE NO, PERO LE CUENTO IGUAL

Realmente la pereza le ha ganado a las ganas de escribir estos últimos… años. Sin embargo, Japón amerita que me levante temprano y cuente. Porque es otro planeta. El destino de la evolución humana si nos convirtiéramos en droides. Japón es… Japón.

Para empezar, nada mejor que uno de los principales placeres cotidianos que Japón supo cómo convertir en una experiencia única y sin igual: ir al baño.
Sí, Japón tiene inodoros con telecomando. Una suerte de teclado junto al retrete le permite al usuario desde regular el chorro del bidet y su temperatura hasta calentar el asiento y poner música. Porque los japoneses están un paso más allá que el resto del mundo, uno de los botones reproduce el famoso “ruido de tirar la cadena”. Sí, amigas, cuando uno quiere hacer el número dos en un baño público y debe falsear el uso de la cadena para ocultar con pudor una necesidad fisiológica básica… Japón te pone un botón y listo. 
 Qué decir del asiento tibio… Todas sabemos de “la posición”, esa pose semi agachada, semi inclinada, casi sentada que todas ejercitamos en cada baño público. Disculpen chicas, pero al momento en que el asiento está tibio, te sentás. No lo podés evitar. En un micro segundo todos tus miedos a las bacterias, las potenciales infecciones urinarias y enfermedades venéreas que una cree que el apoyar el culo en el inodoro acarrean se disipan  y te encontrás, sin quererlo y sin saber cómo ocurrió, sentada. Sentada en un baño público, querida amiga. Y no te importa nada. Ya no hay vuelta atrás.

Pasaron de la letrina al súper inodoro (es por eso que aún se pueden ver carteles como el de abajo). Eso hizo Japón, así, sin término medio.


Paseando con las chicas de forma boludamente turística se nos antojó tomar un café. Estábamos en medio de “la zona de manga y animé”, es por eso que tratamos de encontrar un lugar acorde.
Fue ahí cuando nos topamos con el “maidcafe”


Subimos las escaleras un tanto temerosas para descubrir que estos “cafés” son puestas en escena que recrean los personajes femeninos del animé. Tiernas, inocentes y juveniles niñas vestidas de mucama les sirven un té a los muchachos, prestando también servicios de diversos tipos como contar un cuento y demás estupideces que una jovenzuela de 14 años querría hacer. Las chicas tienen, supuestamente, arriba de 20 años (aunque aparentan 15) y se peinan, visten y ponen lentes de contacto para parecerse al máximo a los deformes e irreales cuerpos y modelos del animé (y por qué no, del hentai también…). No nos tomamos nada. Fuimos a un Starbucks pensando en qué le habrá pasado en Japón al viejo y bien conocido prostíbulo de antaño.

Caminando por ese barrio, nos adentramos en una tienda de varios pisos que tenía todas las pelotudeces que uno se pueda imaginar a todos los precios, todos los tamaños para el bolsillo del caballero o la cartera de la dama. Con figurines, fotos, libretitas, brillitos y demás de todas, TODAS, la series de anime que existen en el universo. Yo me saqué una pulserita de Sailor Moon y amenacé toda la semana en convertirme en caso de ser necesario.

La comida

La comida en Japón es, para mí, muy sabrosa y un tanto diversa. Todo gira alrededor del concepto de sushi, aunque no se come tanto sushi. Raro. Algo interesante son las vidrieras de los restoranes. En todas se pueden ver réplicas de los platos hechas en (vaya uno a saber) ¿plástico? ¿Resina poliéster? Se ve que en Japón todo entra por los ojos.

Algo de lo que hay mucho en Japón también es gente. Principalmente, japoneses. O bueno, eso cree uno. Así y todo con sus más de cien millones de habitantes, me atrevo a decir que es uno de los países más seguros del mundo: no pudimos más que maravillarnos al enterarnos de que cada bici tiene un código, así que si uno la chorea, la encuentran. Sí, en Tokyo. Sí, la bici. Pobres suizos que se quisieron hacer los graciosos y terminaron en la comisaría… (historia verídica). 

Hay gente y robots, obviamente. Según Paul, la era de las estatuas ha caducado, es por eso que el futuro del arte son los robots. Le voy a comentar a mi amigo Mati, Licenciado en Historia del Arte y amante de Robotech: Japón es su lugar.





Y como Japón todo lo puede, también tienen la estatua de la libertad.



Japón también tiene shoppings. MUCHOS. EN TODOS LADOS. Los japoneses trabajan, mucho. Demasiado. Es por eso que uno de cada diez coches es un Porsche, como el que tenía Ichiro, nuestro anfitrión en Couch Surfing, estacionado en su puerta.

Una gran aventura es tomarse el famoso tren bala (creemos que recibe el nombre por su velocidad, no por su orientación sexual).
Principalmente, porque los asientos son muy cómodos, los baños… oh, los baños. Y claro, uno puede comprarlo todo. Porque en Japón, todo se puede comprar, en todos lados.
Es por eso que en el tren uno puede adquirir:

Un protector de uñas (ríanse, Paul necesita uno. Si pudiera dar una patada ninja el riesgo es más que te degolle y te desangres antes de que te golpee).

O también:

El famoso “espanta suegras abdominal”, el cual combina la alegría del carnaval con la ejercitación muscular.

Obviamente también se pueden adquirir:

Y quién no necesita en su casa:

                                                   ¡Un taburete de felpa con forma animal! 

O también el famoso:

                                                                 ¡Jarrón de puteadas!
Está científicamente comprobado que la bien conocida caja de Pandora no era otra cosa más que puteadas acumuladas por años que, al liberar el pestillo y abrir la caja, condenaron a la humanidad a un sinfín de plagas. 


En definitiva, Japón lo tiene todo. Uno no puede más que agradecer su existencia y volver pronto  a disfrutar de la magia de una sociedad donde la mayor causa de muerte son los suicidios mientras que  su gente sonríe, agradece, respeta y pide disculpas a cada momento… 

                                                                    Gracias, Japón. 

martes, 20 de enero de 2015

QUÉ (NO) HACER EN UNA RELACIÓN A DISTANCIA

Tras casi un mes y medio sin ver a mi esposo, he logrado resignar mi orgullo y admitir, muy a mi pesar, que lo extraño. Y que la mujer fuerte, independiente y autosuficiente que fui (y tal vez aún soy), se siente mejor si lo tiene al lado.

Es esta mi segunda experiencia de “relación a distancia” y, por más que no me siento en condiciones de dar consejos sobre qué hacer para mantener “la llama viva”, sí he cometido suficientes errores como para enumerar todo aquello que NO hay que hacer*. A continuación encontrarán un listado de opciones a NO seguir en caso de encontrarse en una relación a distancia (más de una se aplica a relaciones convencionales también).

1) NO ROMPA LAS BOLAS. Como se menciona anteriormente, este apartado es aplicable también en todo tipo de relación. Salga, pasee, diviértase. No le rompa las bolas al otro sólo porque está lejos.
2) NO MANDE MENSAJE NI LLAME CADA 35 SEGUNDOS. Este ítem, intrínsecamente relacionado con el anterior, expresa una clara tendencia del alejado a intentar acercarse por medio de la telefonía móvil y las redes sociales. No lo haga.
3) NO SE ENOJE. No hay nada peor que una pelea a distancia. Si eliminamos el contacto físico, las gesticulaciones, la gracia propia del “estar en vivo”, una pelea a distancia sólo nos deja una voz que recrimina y exige (atención, tiempo, cariño, etc). Convengamos que, aunque el cariño suele seguir intacto, dos meses sin ver a la persona amada pueden apaciguar ciertas sensaciones. En otras palabras, tras dos meses de no ver a alguien, no se está en la cresta de la ola. Recriminaciones y enojos por parte de cualquiera de los dos lados sólo lograrán que el otro corte el teléfono y vuelva a ver la película libanesa con la fotógrafa esa que encima está re buena.
4) NO AMENACE CON CORTARSE LAS VENAS CON UN CUTER FRENTE A LA CÁMARA DE SU PC. Creame, no funciona.
5) CUIDADO CON LAS FOTOS SEXYS. Si usted se encuentra en sus veintes, cualquier video o foto habrá de ser bienvenida y vista en muchísimas ocasiones. Hasta luego de haber terminado la relación (que no funcionó porque era a distancia, obvio). Si, por el contrario, usted sobrepasa los treinta, ha subido de peso y perdido pelo, le recomendamos, por el bien de su relación, abstenerse de cualquier demostración virtual de erotismo.
6) NO SE ACUESTE CON OTRA PERSONA. Si lo hace, aténgase a las consecuencias.
7) NO ETIQUETE A SU PAREJA EN PUBLICACIONES DE MIERDA. Si usted no se encuentra cerca de su pareja para mearla, la forma más aceptada de marcar territorio hoy en día es el tag en las redes sociales. Así, haciendo público el hecho de que se está en pareja uno cree estar tomando posesión del otro a través del famoso “tag” o etiqueta. Encontramos entonces publicaciones como: “Carlos Luis Gutiérrez te estranio y pienso en voz cada dia”. En el muro de Carlos Luis, seis veces al día.
8) NO LE CUENTE A SU PAREJA CADA DETALLE INTRASCENDENTE DE SU VIDA DIARIA. Seguramente, a nadie le interesaba el valor de la cebolla o que hoy hace más frío que ayer cuando lo contaba en vivo y en directo. Pero cuando uno tiene sólo conversaciones telefónicas con el otro, la palabra cobra otro sentido y se hace más difícil no prestar atención a lo que el otro dice.
9) NO LLAME A LA FAMILIA O AMIGOS DE SU PAREJA PARA DECIRLES QUE ES UN/A PELOTUDO/A. En primer lugar, porque seguramente ya lo saben. En segundo lugar, porque seguro después se va a arreglar la cosa y la humillación pública no se la quita nadie.
10) NO FINJA UN EMBARAZO. Meno aún si el periodo transcurrido entre la última vez que usted vio a su pareja y la gestación del niño que usted lleva en su vientre no son coincidentes. 
Por último, y creo que la más últil de todas,  
11) DELE AMOR A SU PAREJA Y HÁGALO SENTIRSE QUERIDO/A. Piense en qué es lo que el otro necesita para sentirse bien y téngalo en cuenta. Esta única regla hace innecesario siquiera considerar todas las anteriores.



*NOTA: cabe mencionar que NO he cometido todo lo enumerado en la lista. Algunos ejemplos parten de mi conocimiento general de mundo y sentido común. 

miércoles, 14 de enero de 2015

VOLVER

Con la frente marchita… o bueh, en mi caso, cagada de frío.

Para el que se va a vivir fuera, volver es siempre todo un tema. Creo que mucha gente ha ya ahondado en la nostalgia, en cómo se percibe el lugar en que uno vivió, los cambios del barrio, del país, etc. Hoy me interesa reflexionar sobre la gente. Qué pasa con las amistades del que se va.

Cuando uno se va, obviamente, todas las vidas continúan. Yo he hecho amigos en Ushuaia, México, Bélgica y, ahora también, en Mongolia. Pero para uno, para el que se va, las últimas amistades que deja en el lugar de donde parte son las que quedan. Es como si súbitamente se detuviera el tiempo y uno intentara cortar y pegar el último día en que estuvo (hace un año, dos, tres) y el ahora.

Los que quedan saben que uno siguió con su vida, porque tienen Facebook. Al mismo tiempo, hacen nuevas amistades, generan nuevos vínculos, se pelean, se amigan, se separan. Sus vidas cambian. Para el que se fue, estos cambios son más difíciles de percibir. Cuando uno pone una foto de China, todo el mundo sabe que anduvo por Asia. Cuando uno se deja de hablar con alguien de un grupo de amigos de antaño, no lo publica en Facebook.

Así, suele pasar que cada vez que vuelvo me pongo a contactar a la misma gente que sentí cerca hace siglos (porque son los que me unen a Buenos Aires). Con más de uno de ellos, a veces ni siquiera intercambiamos un mensaje en todo el año. Los resultados son de lo más diversos. De a poco me empiezo a enterar que fulano ya no es amigo de mengano;  que otro está enojado conmigo; que a uno siempre le caí mal; que otro cree que me morí y así sucesivamente.

Hay gente que se sorprende, al mejor estilo “¿por qué me llama a mí para tomar un café?”. Otros no responden y otros se alegran.

Cada vez que vuelvo se da este ritual de desempolvar mi agenda y reunirme con todas esas personas que están presentes en mi memoria, pero que no veo desde hace mucho.

Este año en particular, la trama se complejiza porque no sólo los he contactado, si no que los he invitado a mi casamiento (música de suspenso). Mi invitación al evento por Facebook ha generado reacciones de todo tipo: un amigo creyó que era una broma; familiares lejanos contestaron automáticamente con la mayor de las alegrías; gente que fue invitada pero no es de extrema confianza se sorprendió y no sabe si aceptar o no; algunos todavía ni se enteraron de que me caso. Menos aún de que están invitados. 

Es por eso que me veo ahora en la obligación moral de explicar por qué me caso. Y por qué invito a mucha gente.
Creo que éstas son casi las mismas palabras que usé en la boda de mi amiga Mariana. Cuando uno comienza a viajar, el primer impacto que recibe son los paisajes. Las maravillas de la naturaleza. Todo es sensorial. Con el tiempo, “lo bello” se naturaliza y cada vez cuesta más estimular las percepciones de alguien que ha visto mucho. Los paisajes pierden su protagonismo para cederle al lugar a la gente. La calidez, la hospitalidad, la sensación de bienvenida se vuelven la clave para decidir si una ciudad es bonita o no.

Mi vida estos últimos años ha sido una larga sucesión cíclica de trabajo-ahorro-viajo. Al inicio de uno de los últimos ciclos, mi próximo destino era Asia. A Paul le ofrecen un trabajo en Mongolia, justo está en Asia, nos tenemos que casar para que sea todo más fácil. Y así sin más un día, medio de la nada, me encuentro diciendo “che, ¿y si hacemo una fiesta?”. Minutos más tarde: “Y si la hacemo en Argentina?”. Desde ese momento en adelante, Indonesia, Tailandia y Cambodia perdieron todo mi interés. Al principio era una quinta. Seguro había asado. Después hubo vino. Iban mis amigos. Y la familia de mis amigos. Y los amigos de mis amigos. Y la vecina, Daniela, porque la invitó a mi abuela al cumple de 15 de su hija. Y ahí se fue de control. Ahí ya no había Asia, África ni Disney que me sacara de la cabeza la imagen de todos mis amigos y conocidos de todas partes del mundo reunidos, por un día, con pileta asado, vino y campeonato de truco. En mi país.

Así, hoy puedo decir que tras años de recorrer muchos países mi viaje más importante es el mes que viene. Un día en mi vida en el que juntaré todo lo que me dejó el ser una trotamundos: la gente; mi compañero de vida, mi familia, mis amigos, más un buen asado, buen vino y una pileta. Espero que todos me puedan acompañar en esta aventura. 

viernes, 27 de junio de 2014

Vivir un mundial en otro país

Nunca fui muy fanática del fútbol (¿el técnico? ¿este año? Pasarela, ¿no? Ah, no, Pekerman). Sigo creyendo que Simeone aún juega y que Verón está en el plantel. Mis conocimientos de fútbol quedaron allá con mis amigos y familia, parece.
Sin embargo, el mundial, como todos ya sabemos, tiene esa mágica capacidad de volvernos ultra nacionalistas de un día para el otro y convertirnos a todos en unos entendidos. Hasta opino, mirá, quién lo iba a decir. Ahora ya sé quién es Dimaría, el Pipita y sé hasta los detalles de la vida conyugal del Kun (al resto, exceptuando a Messi, creo que no los conoce nadie tampoco, ¿no?).
En  Bruselas, Bélgica, un grupo de Facebook organiza los encuentros en un mega bar donde se venden empanadas, bailamos cuarteto y profesamos un exceso de argentinidad que le daría asco al porteño promedio. Fuera del bar somos uno más. Otro inmigrante, otro extranjero.

Pasé el mundial anterior en Colombia, festejando con mi amiga española. No me acuerdo si la selección colombiana había siquiera clasificado. Pero en Bélgica la cosa es diferente. Por primera vez en años clasifican y, como si fuera poco, ganan y pasan a octavos. Una locura. Banderitas, pancartas, remeras, caras pintadas, propagandas... Buenos Aires en rojo, negro y amarillo (los colores de la bandera. Sí, ya sé, yo tampoco la conocía antes de venir). Me perdí el primer partido trabajando pero, teniendo amigos belgas, me vi forzada a ver el segundo. En un bar. Cantos, gritos, euforia.
Para el que es tan desentendido como yo sobre los pormenores del balón pie, debo destacar que no es casual que Bélgica no haya estado en mundiales anteriores: juegan mal. Bélgica juega bastante mal (a diferencia de Argentina que sólo está pasando una mala racha, OJO). De todas formas, la esperanza es lo último que se pierde, es por eso que cuando uno mira un partido rodeado de locales, los gritos comienzan en el momento en que un jugador belga toca la pelota. El mismo puede estar en su propio lado de la cancha, junto a su arquero, puede convertir un gol en contra, no importa, si Bélgica está en poder del esférico (esta variación para decir "pelota" la aprendí hace poco) la reacción de la gente es siempre la misma: locura. Sin ir más lejos, anoche contra Corea (creo fervientemente que los coreanos deben de tener aptitudes para todo, menos para el fútbol) ni bien Bélgica pasaba la media cancha, se escuchaban gritos de gol. La pelota pasaba a tres metros del arco del oponente y se miraban entre ellos aspirando saliva con el característico gesto de "la pucha, casi". Los pases iban a los coreanos; cada tres segundos alguien hacía una falta; cada rechazo del arquero belga era una fiesta (jugó bastante el arquero, eso es cierto. Aunque Corea se empeñaba en que ningún tiro fuera realmente una amenaza); "la figura" erró tres goles que, no voy a decir que yo habría hecho porque diosito no me dio habilidad física alguna, pero que cualquier persona normal haría. Y así y todo, festejaban, como nunca.

Sólo espero que Argentina le gane a Suiza. Y que Bélgica le gane a los Estados Unidos. Y así se dé el gran Bélgica - Argentina y yo pueda llegar al bar con mi camiseta (que voy a tener que comprar porque nunca tuve una y ya me dijeron de un lugar donde se ve que son truchas y están bastante baratas pero bueno, qué importa, ¿no?). Y ahí, ahí sabrán lo que es el fútbol... porque casi que todo lo demás ya lo saben. Pero qué es el fútbol. Eso sí que no.