martes, 19 de marzo de 2013

La clave del éxito

El título de esta crónica genera mucha expectativa, ¿no? Bueno, tal vez no, pero al menos suena prometedor. Quizá el lector anticipe una disertación sobre negocios, economía y finanzas; aunque si me conoce, seguramente no lo haga. O quizás, para ponernos en un plano más espiritual, más de uno crea que voy a profundizar en el ser y la existencia. Pero no.
En Latinoamérica, más precisamente en Buenos Aires, más puntualmente en la provincia, más concretamente en mi casa, la clave del éxito es tener novio.
Llegamos con Paul* un domingo por la noche para vivir dos semanas intensas de vida social, sol, calor y cariño. Lo que para él eran "vacaciones" se convirtieron en un recorrido frenético y vertiginoso por casas de familiares y amigos. El cambio fue imperceptible, casi natural. Creo que un tanto inducido. Poco a poco, cada pariente y/o amigo me recibía con un "¿y dónde está Paul?" o más bien "che, ¡qué divino Paul!". Más de uno no podía disimular su genuina sorpresa acompañada de un "che, qué bien, ¿eh?" con las cejas arqueadas ocultando quizá un "yo que creí que era lesbiana...". Estaban aquellos cuya sorpresa era visible pero lograban disimularla. Otros, como mi abuela, por ejemplo, no escatimaban en halagos y declaraban abiertamente su desconcierto "pero, ¿cómo hiciste para enganchar un tipo así? Es bueno, dulce, buen mozo y tiene plata. No lo dejes, ir, ¿eh? Tonta, no lo dejes escapar, ¿eh? Casate, con este casate". Paul presenciaba la escena riéndose. Sí, mi abuela hablaba siempre delante de él. Sí, sabe que entiende español. Sí, mi familia es especial. Sí, los quiero mucho igual.
Como todo, el éxito llega así de un día para el otro sin que uno se dé cuenta. Dos semanas juntos con el ex "rumano raro" significaban para mí todo un reto. Como reconocida "commitment freak" en recuperación y tras esporádicas inseguridades y loqueos, la idea de que por una semana él pudiera viajar con sus amigos, me tranquilizaba. Grande fue mi sorpresa al descubrir que la gente quería más verlo a él que a mí. Pero fue todavía aún mayor al darme cuenta de que les caía bien, muy bien y, por extensión, ósmosis o vaya uno a saber qué, yo también caía mejor. Lamentablemente, sus amigos tuvieron que pasar más tiempo solos mientras la agenda de Paul se llenó de sobreturnos.
No me parece un gran descubrimiento científico el intentar definir a las personas por quienes la rodean. A veces uno peca de prejuicioso, pero si uno tiene buenos amigos, o una buena pareja o linda gente a su alrededor, por algo debe ser. Paul generaba comentarios del estilo "es una dulzura", "es un amor de persona", "che, tiene facha, ¿eh?", etc, etc. Y, por extensión, todo lo bueno de él se reflejaba en mí. Así, poco a poco fui relajándome y, por qué no, disfrutando cada vez más de que la gente viera a "mi Paulcito" (también conocido como Tototo). Y, el pobre Paul, de pasar un primer día tranquilo en el jardín, tuvo que asistir a un asado, una mateada en familia y una choripaneada el día antes de partir. Porque no era cosa de irme sin que lo vieran. Quién sabe si lo iba a volver a llevar en mi próximo viaje...
Tras muchas idas y vueltas, después de recorrer un continente sola; vivir y conocer las playas más lindas del caribe; estudiar; trabajar, de lo que sea; aprender a armar una carpa en cinco minutos en medio de la nada; conseguir casa, trabajo y amigos en Europa en plena crisis... lo único que necesitaba para alcanzar el éxito y reconocimiento de los míos era novio! Pucha, de haberlo sabido antes.

Hago uso de este espacio para agradecer a Paul, quien no, gente, no fue contratado para el viaje, no recibió dinero ni favores de ningún tipo. No, no duda de su sexualidad tampoco. No fue drogado ni forzado a viajar conmigo en calidad de novio. Y mostró una gran entereza y civilidad al hojear cada álbum de casamiento y responder con una sonrisa a preguntas sobre nuestra futura boda, cantidad de hijos a tener y demás cuestiones de índole personal y privada. 


*Para más información sobre él remitirse a "Eché novio y me aburguesé".