domingo, 18 de septiembre de 2011

San Cristóbal a dedo (leer hasta el final...)

Partimos junto con Manu un viernes por la mañana. Yo, mochila minúscula. Manu, mochila de mochilero, bolso con clavas, bolso común, ula ula y cámaras de las buenas... Obviamente, la ayudo a cargar.

Afortunadamente, el día previo tomamos la precaución de raparme la cabeza y dejarme una cresta. Así, con el aro de ula ula y las clavas en el bolso, nadie podía distinguir cuál era la más hippie de las dos... Creo que de no ir a dedo, pagando boleto nos habrían mirado raro.
Carlos, un closer* del hotel Royal, justo tenía día libre. Así que paró. Iba originalmente sólo hasta Puerto Aventuras, pero al, evidentemente, no tener nada mejor que hacer, nos preguntaba ante cada playa que pasábamos si la conocíamos y si queríamos ir. Duplicó su viaje hasta Tulum, media hora más tarde de Puerto Aventuras, mientras nos hacía escuchar un casette (sí, casette) de su banda de reggae. En sus cuarentas, Carlos había tenido una banda diez años atrás, cuando el timeshare no se encontraba dentro de su universo conocido.
Hoy por hoy, llevaba consigo su cassette y en su día libre no sabía bien qué hacer.

Erasmo iba hacia Bacalar, donde viven sus padres de más de ochenta años. Soltero, pulcro, culto y profesional, Erasmo fue de esos viajes placenteros y tranquilos donde se debate sobre temas de carácter internacional. Me tocó ir adelante. Quedé a cargo de la plática.

Un ride de 10 minutos estilo taxi nos llevó hacia Fernando. De pocas palabras, pero buenazo, Fernando transportaba medicamentos. Había pasado la noche en Playa del Carmen, solo, y no entendía por qué tras 12 cervezas en la playa no pudo conocer a nadie... (mi teoría fue que nadie se le iba a acercar en ese estado de ebriedad... y se lo dije).
El viaje fue largo. Tras una primera hora de respeto, terminamos dominando su estéreo, llenándole la camioneta de yerba y pidiéndole que pare para que comamos... Fernando no parecía estar disgustado. Menos tras llamar a su compañero Marcelo para contarle que iba con dos argentinas. Nos pasó el teléfono para que evidenciáramos la veracidad de su historia y nos dijo que el lunes regresaba, así que intercambiamos números.

Fernando nos dejó casi en Palenque, hasta donde tuvimos que pagar. Ya en el Panchán (un pseudo centro turístico con cabañas precarias en medio de la jungla, con monos que gritan como si estuvieran poseídos y mucha marihuana), Manu hizo un show de fuego a cambio de la comida. Yo me presentaba como su manager (he notado que en el ámbito circense los logros académicos no son tan apreciados... razón por la cual me reservaba mi profesión para mí. Mi carta de presentación era sólo el haber venido sola por tierra...).

Hacia San Cristóbal hubo que pagar. Dos rides cortos (entre ellos el de José Manuel. Amigo ahora del facebook que cruzó dos veces de "mojado" a iusei para regresarse con la crisis) nos dejaron en medio de la sierra desde donde tomamos dos combis. Una de las cuales vomité (demasiada curva, che).

Ya en Sancris esperamos a la Cocota, mamá de Manu que arribó una hora más tarde por medios de transporte más convecionales, es decir, pagos. Nos dirigimos al hostel de Rudy (aquel en el que ya había trabajado un año atrás). Con algo de nostalgia y muchos recuerdos no logré ver a Rudy (quien se encontraba disfrutando de que su esposa e hijo estaban del otro lado del charco... pinches mexicanos) y pagué la noche con poco descuento. Por suerte, uno de los cambios implementados en el hostel fue una tele muy grande con un reproductor de DVD donde vi dos películas de Woody Allen que me propiciaron una buena epifanía para el día siguiente...

Que fue lunes. Nos encontramos con José Luis en el supermercado para ir a quedarnos en su casa... José Luis está pisando sus 60. Hippie por naturaleza, le encantan la comida, el alcohol, las mujeres y los chistes de doble sentido.

Me quedé en su casa sólo una noche, ya que el universo quiso que en Sancris volviera a ver a Goni (sí, Gonzalo, uno de los protagonistas de "Atrapados en Obaldía"). Me empapé hasta su casa. Comí uno de los mejores asados en meses (si no el único) y dormí con él y su primo (vil mentira ya que no había lazo sanguíneo alguno) para ver Dragon Ball Z con fiebre a la mañana siguiente.

Mientras tanto (en un lugar no lejos de allí), la Coco y Manu se mudaban a casa de Rosa María. Sola en medio de la montaña, Rosa María afrontaba junto con sus tres insoportables y olorosos perros la ruptura de su matrimonio y la decisión de su hijo adoptivo de quedarse con su padre en el DF. Rosa María fue para mí ese ejemplo de mujer que ninguna quiere llegar a ser. Sumamente amable al recibirnos y en una casa totalmente equipada en la montaña, Rosa María disfrutaba recibir halagos y hablar de sí misma y de su historia de vida autoafirmándose mediante el discurso como una luchadora. Al igual que con un ride, uno paga la estadía en casas ajenas escuchando al dueño de casa y preparándole la cena.

Hicimos nuestras compras en el mercado. Manu fue perforada varias veces por Goni **. Nuestra obra teatral **** nunca vio la luz. Opté por recluirme temprano cada noche. Extrañaba mi espacio y mi soledad, es por eso que no logré ninguna interacción nocturna.

Volvimos al Panchán. Vimos las ruinas de Palenque. Tuve varios momentos mágicos (con y sin la influencia de estímulos externos) y se dio el ride vuelta...
Una señora apurada que casi ni nos saludó nos dejó en el cruce donde nos recogió Salvador. Con sus 25 años, Chava anhelaba viajar, es por eso que nos interpoló con su simple "y tú, ¿por qué viajas?". Preguntas sencillas y directas que te dejan pensando y obligan a la introspección... Mi respuesta fue algo así como, todos quieren, yo quiero, cuándo si no ahora, ¿no?

Álex y Manuel fueron los siguientes en recogernos. Una camioneta último modelo con Janis Joplin de fondo llevaba a un cincuentón terrateniente de tipo bohemio y a un arquitecto de no más de 25 años que iba a ver su terreno. Amables, curiosos y excelentes anfitriones, nos invitaron a comer un pollo con mole exquisito junto a la ruta.

Y ahora... el plato fuerte.
Quedamos en el control fitozoosanitario, junto a un retén militar. Los militares se encargaban de parar autos y preguntarles adónde iban para asegurarnos un viaje.
Así subimos al carro de Samuel y Carlos.
Samuel, bajito, fibroso, hiperactivo.
Carlos, paciente, analítico, servicial.
Los muchachos iban en un auto importado, quizá modelo 2000, a 160 km por hora por la ruta en pos de alcanzar a Panterita, a quien debían hacerle una entrega.
El narco corrido a todo volumen imposibilitaba el diálogo. Las primeras conversaciones que tuvieron lugar entre ellos abordaron temas como todas las veces que chocaron y cómo se hace para que la policía no te encuentre las drogas en el auto.
Las miradas que intercambiábamos con Manu oscilaban entre la desesperación y el pánico.
Samuel era hiperquinético. Un peligro al volante. No dejaba de tocar cosas, manipular objetos e intentar hacer llamadas por teléfono.
Carlos era calmo y amable. A todo momento intentaba cerciorarse de que estuviéramos bien y cómodas.
Juntando el coraje para decidir bajarnos del auto, súbitamente se detienen y ambos bajan. Cambian de conductor designado y a los minutos cruzamos un control policial.
Ellos se estaban beneficiando más de llevar dos chicas que nosotras de viajar gratis...
Samuel vuelve a agarrar el teléfono y consigue hablar con su esposa. Él tiene 23; su mujer, 22. Tienen dos hijos, Cristian de 7 y Deisi de 4. Hay un tercero en camino. Poco a poco entramos en confianza. Samuel conoce varios lugares, en todos chocó un auto.
Carlos se presenta como el intelectual. Nos habla de una española a la que conoció y nos pregunta si creemos que el amor trasciende las barreras de lo físico, si es posible enamorarse de alguien al conocerlo, por su persona y por quién es más que por su apariencia física, ya que él no es feo... es re feo (textuales palabras de Carlos. No podemos más que darle la razón).
Paramos varias veces en todo el viaje debido a la hiperactividad de Samuel. Compramos una mesa con bancos para su mujer (los probamos. Yo ayudé en el regateo).
Paramos más tarde a comprar unas pastillitas para Panterita, a quien tenemos que alcanzar.
Más tarde nos enteramos de que el auto va limpio. Sólo podrían agarrarnos por exceso de velocidad... La "chamba" tendrá lugar en la pensión. Panterita lleva la mercancía.
Súbitamente cruzamos un camión. Ahí va Panterita!!! Paramos y rápidamente le entregan lo que le corresponde. Más adelante se verán en la pensión. Celebro el intercambio. Lo logramos.
Comemos unos tamales con los muchachos, tras 3 hs. de viaje ya no hay miedos ni secretos. Todos somos cuates.
Nos dejan en el cruce Chetumal-Cancún y nos piden que tengamos cuidado. Nos dejan su número y quedamos en llamarlos si alguna vez andamos por Chetumal...

El ingeniero Zapata en su escarabajo no amerita ni dos líneas.

Pero Armando y Jorge, en su Hummer, de noche, desde Bacalar hasta Playa se nos aparecen como la polarización. El antagonismo. Los opuestos. Treintañeros bien. Burgueses dueños de su propia empresa en un jeep que parecía una nave espacial nos matan a preguntas sobre nuestros viajes y nuestra vida sin entender mucho de nada... Me gustó más viajar con Carlos y Samuel, creo.



*Closer: último eslabón de la cadena alimenticia del timeshare, ergo, el que come más.
**Cabe destacar que esta afirmación no hace alusión a ningún tipo de albur o doble sentido. Gonzalo le agujereó ambas orejas, arriba, en el cartílago y la nariz, en el medio, entre las fosas, por debajo. A lo Apocalypto***.
***Cabe destacar también que después de ponerse ese aro, la más hippie del viaje fue Manu, sin lugar a dudas.
****Tres sketches cómicos de improvisación que planeábamos hacer con Manu y la Coco en la calle de SC.