martes, 17 de abril de 2012

Europa está llena de europeos

Caucásicos. De ojos claros. Ropa cara, no ostentosa, pero de calidad. Peinados raros. Modernos, muy. Toman el transporte público y pagan. Uno les manda un currículum porque sí y te responden. Y te aconsejan. Los europeos son... exacerbadamente correctos. Tanto que dan ganas de tirar papeles en cualquier lado y cruzar el semáforo en rojo sólo para irritarlos un poquito.
Por momentos siento que son una suerte de volcán inactivo. Aplacados, calmos, oscuros, serenos. Ubicados. Un día se les sube la lava libidinosa y, pumba, te bajan a cincuenta peatones a escopetazos.

Ahí, en el jardín del medio, les tirás una lata de coca...

Algo que me gusta mucho acá es ser latina. Abuso de mi latinidad. Siento que mi calidad de extranjera me da licencias para romper con sus códigos y ser más argentina que de costumbre. Así, los saludo con un beso, los toco, los llamo por su nombre. Rompo con las distancias sin entrar en un plano sexual y los descoloco. Es evidente que les gusta. Les gustamos. Les gusta nuestra calidez, nuestra espontaneidad, nuestra capacidad de decir cualquier cosa en cualquier momento y que nos chupe un huevo.
Sábado a la tarde. Despedida de soltera. Sí, ya sé. 

Y me parece que se da una cosa medio bipolar, porque mientras me siento muy segura de mí misma en contextos informales (reuniones, salidas y demás), el mercado laboral me apabulla. He mandado currículums, planeo dejar más en mano. Confío en mis aptitudes... sin embargo, creo que en formalidad, la juegan de local. Ahí donde la corrección y el profesionalismo son la carta de presentación, siento que el carisma y la espontaneidad se convierten en un supositorio metafórico...
O quizá no. Quizá es ese un espacio donde también hay esquemas que romper. Quizá me calzo mi minifalda y me contratan... Aunque, sólo por las dudas, tal vez deba usar pantalones y no tutear al entrevistador.
Ma sí, yo pruebo las dos y después les cuento.
Creo que estando en Europa confluyen en mi cabeza mis idealizaciones, el imaginario social de Buenos Aires y sus ínfulas eurocentristas, mis miedos y la calle. La realidad palpable de una ciudad que, en definitiva, podría ser como cualquier otra. La humanidad de un grupo social que vive mejor que otros, aunque más de uno tiene varias carencias...
El Sr. Bigotes y yo cabemos perfecto...

Me encanta ese porcentaje intraducible. Esos cinco para el peso que nunca me van a poder dejar entender del todo por qué los coches paran para dejarme pasar, mientras yo corro avergonzada por joderle la vida al conductor. Me gusta no entenderlos y me divierte ver en su expresión (cada vez que tomo mate, grito, me río -tooooodo el fucking tiempo-, me abrazo con españoles) que, para ellos, soy un misterio también.