Por momentos siento que son una suerte de volcán inactivo. Aplacados, calmos, oscuros, serenos. Ubicados. Un día se les sube la lava libidinosa y, pumba, te bajan a cincuenta peatones a escopetazos.
Ahí, en el jardín del medio, les tirás una lata de coca...
Algo que me gusta mucho acá es ser latina. Abuso de mi latinidad. Siento que mi calidad de extranjera me da licencias para romper con sus códigos y ser más argentina que de costumbre. Así, los saludo con un beso, los toco, los llamo por su nombre. Rompo con las distancias sin entrar en un plano sexual y los descoloco. Es evidente que les gusta. Les gustamos. Les gusta nuestra calidez, nuestra espontaneidad, nuestra capacidad de decir cualquier cosa en cualquier momento y que nos chupe un huevo.
Sábado a la tarde. Despedida de soltera. Sí, ya sé.
O quizá no. Quizá es ese un espacio donde también hay esquemas que romper. Quizá me calzo mi minifalda y me contratan... Aunque, sólo por las dudas, tal vez deba usar pantalones y no tutear al entrevistador.
Ma sí, yo pruebo las dos y después les cuento.
Creo que estando en Europa confluyen en mi cabeza mis idealizaciones, el imaginario social de Buenos Aires y sus ínfulas eurocentristas, mis miedos y la calle. La realidad palpable de una ciudad que, en definitiva, podría ser como cualquier otra. La humanidad de un grupo social que vive mejor que otros, aunque más de uno tiene varias carencias...
El Sr. Bigotes y yo cabemos perfecto...