lunes, 2 de enero de 2012

Una noche con MDMA


Fábrica de ilusiones, Europa se caracteriza por su calidad… en todo.

El MDMA se me representa como el paradigma de la postmodernidad: quiero sentirme bien y lo quiero ya. Tres gotitas en un vaso con vino tinto y uno empieza a sentir que la felicidad emana por los poros. Una dicha extrema te envuelve y sólo se te antoja abrazar al mundo.

Antes de probarlo, Paco tuvo la gentileza de buscarlo por internet. La Wikipedia me anticipó el efecto de lo que iba a estar ingiriendo una hora más tarde: templanza emocional y apertura afectiva, comunicación desinhibida, empatía (…) euforia, alegría, felicidad, empatía in crescendo y una sensación de ligereza mental y física.

Y así fue. Al cabo de minutos sólo quería estar sola, aunque amaba a todos. Y a mí misma. Mucho. Una increíble sensación de paz junto con la sensibilización extrema de los sentidos. Percibía al mundo de forma diferente y todo estaba recubierto de un halo de alegría y amor que sólo una sobredosis de Disney podría igualar…

Ahí está, si tuviera que traducir el efecto del mdma en términos un tanto menos abstractos diría que es algo así como cuatro Julia Roberts en sus películas más empalagosas junto con tres Meg Ryans y dos Jenniferes Aniston, todas enamorándose de forma simultánea; cinco mundiales de fútbol ganados por Argentina en forma consecutiva con tres goles de Maradona de chilena… desde el banco… como director técnico; un asado al aire libre en un día soleado con tira, chinchulines, morcilla, chorizo, molleja, provoleta y vino tinto… cuando llevás meses en Bruselas. 

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