Fábrica de ilusiones, Europa se caracteriza por su calidad…
en todo.
El MDMA se me representa como el paradigma de la
postmodernidad: quiero sentirme bien y lo quiero ya. Tres gotitas en un vaso
con vino tinto y uno empieza a sentir que la felicidad emana por los poros. Una
dicha extrema te envuelve y sólo se te antoja abrazar al mundo.
Antes de probarlo, Paco tuvo la gentileza de buscarlo por
internet. La Wikipedia me anticipó el efecto de lo que iba a estar ingiriendo
una hora más tarde: templanza emocional y apertura afectiva, comunicación desinhibida,
empatía (…) euforia, alegría, felicidad, empatía in crescendo y una sensación de ligereza mental y física.
Y así fue. Al cabo de minutos sólo quería estar sola, aunque
amaba a todos. Y a mí misma. Mucho. Una increíble sensación de paz junto con la
sensibilización extrema de los sentidos. Percibía al mundo de forma diferente y
todo estaba recubierto de un halo de alegría y amor que sólo una sobredosis de
Disney podría igualar…
Ahí está, si tuviera que traducir el efecto del mdma en
términos un tanto menos abstractos diría que es algo así como cuatro Julia
Roberts en sus películas más empalagosas junto con tres Meg Ryans y dos
Jenniferes Aniston, todas enamorándose de forma simultánea; cinco mundiales de
fútbol ganados por Argentina en forma consecutiva con tres goles de Maradona de
chilena… desde el banco… como director técnico; un asado al aire libre en un
día soleado con tira, chinchulines, morcilla, chorizo, molleja, provoleta y
vino tinto… cuando llevás meses en Bruselas.
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