jueves, 18 de agosto de 2011

Qué le vamos a hacer...

Había una vez. Había una vez una raza de seres pequeñitos, diminutos, ínfimos. Su tamaño era minúsculo. Abarcaban un espacio mísero dentro del universo. Tan insignificante era su existencia que todas las galaxias todas los desconocían.

Estos seres, sin embargo, contaban con un terrible defecto, se tomaban demasiado en serio… incapaces de mirar a su alrededor debido a su chiquitísimo tamaño y radio de alcance, creían ser únicos; especiales. Es por eso que diagramaban sus vidas y rutinas de forma un tanto extraña y bastante aleatoria pero siguiendo un patrón que se les hacía lógico, ya que creían que tenían un propósito en el universo y una razón para existir.

Seguros de haber sido elegidos y asignados con una misión que excedía los límites de su comprensión, meramente se dedicaban a seguir adelante con su intrincado plan de diagramar a diario cada momento de acuerdo a sus serias actividades. (Desconocían la causa de su existencia, pero estaban segurísimos de que alguna había… Por eso se tomaban su vida bien a pecho).

Un día, tras interactuar a diario con otros seres de su especie para forzar su comportamiento a obedecer sus intereses (esta es la tarea que H30%% se había asignado a sí mismo, junto con el consenso de sus pares), H30%% súbitamente sintió un escalofrío que le corrió por todo el cuerpo… ¿Y si su existencia era azarosa? ¿Y si no había propósito alguno si no el mero ser… por un rato?
Volvió a sus tareas diarias un tanto exaltado, justo se estaban acercando algunos seres de su especie que requerían más dispositivos de aluminio enfriados rellenos con líquido gaseoso para incrementar su goce en los días que deliberadamente decidían dejar de hacer todo lo que usualmente hacían cada día (estos días solían ser unos pocos cada un período de tiempo fijo y establecido y bajo parámetros estandarizados de elección).
La interacción fue difícil. H30%% estaba asustado. Sentía deseos de hacer cualquier otra cosa posible, ya que, al sentir que su rutina era fruto de un plan deliberado y arbitrario escogido al azar, no entendía por qué debía persuadir a otros seres de su especie para que depositen sus papeles de colores en espacios para dormir con mayor decoración para los días en que ordenada y armoniosamente se rompía con la rutina iniciando la rutina de romper con las actividades diarias…

Súbitamente no le encontró sentido a su tarea diaria de torcer la voluntad de su especie y pensó que quizá ya era hora de iniciar otra actividad. Miró a su alrededor. Saltar en el agua se veía bien. También podía utilizar el dispositivo de plástico para enmendar supuestas equivocaciones crónicas. Siempre le había fascinado la idea de verse rodeado de seres de su especie mientras gritaba. O quizá trasladarse en alguna máquina de metal y pedir pequeños trozos de papel y marcarlos. La decisión estaba condicionada por la cantidad de papeles de colores que se le diera a cambio de realizar la tarea y por el valor numérico impreso en cada papel. Nada era fácil en este mundo.

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