domingo, 4 de septiembre de 2016

Noruega: igualdad y prosperidad… si sos noruego, claro


El barrio
“Todos somos iguales… pero algunos son más iguales que otros”. Esta frase de Orwell no podría describir de forma más clara la vida en Noruega. Buen estándar de vida, salud gratis, transporte público de calidad, increíbles paisajes, pocas horas de trabajo, derechos y beneficios sociales… la panacea de la social democracia al alcance de la mano de cualquiera que porte un pasaporte noruego.

No me puedo quejar, nuestro estilo de vida es bueno. Pero tras enviar 35 currículums y terminar trabajando en Malecón (una escuela de salsa que también enseña español) con José Arturo, alias, “el cubano chanta”, quien no me quería pagar, no puedo evitar sentir un dejo de resentimiento ante una sociedad igualitaria que, al margen de mi capacidad y certificaciones, me dejó fuera por “no hablar” noruego (eufemismo de no ser noruega).

La primavera
Y ahí nomás me dije: se van todos a cagar. Me embarazo. Obviamente, no fue una decisión unilateral, mi co-equiper estuvo de acuerdo (su rol era tan fundamental como el mío en el proceso de elaboración). No voy a perder uno o dos años aprendiendo noruego y haciendo nada cuando al menos podemos crear nuestra propia gente para llevárnosla al próximo destino y reducir así la presión de socializar. Además, el estado te paga por tener hijos, qué mejor. Me habría gustado más que me pagaran por enseñar español, pero bueh, si Oslo, con sus 600.000 habitantes tiene TODAS las escuelas secundarias llenas de españoles o nativos con experiencia, formación y postgrados, qué le voy a hacer… Así que creamos otro inmigrante. Un poco para ser más felices, otro poco para joderles la vida.

En Mongolia era evidente que los extranjeros no caían bien. La gente no te sonreía, el frío los hacía cerrados y hoscos. Uno no se sentía muy bienvenido. Acá son más amables. Los noruegos son políticamente correctos. Te sonríen, te saludan y te preguntan ¿y cuánto se van a quedar? Así como quien no quiere la cosa. De más está decir que hay diferentes niveles de inmigrante: el refugiado (clase C); el inmigrante que viene a probar suerte como mano de obra no calificada (clase B) y el expat (¡qué top! Clase A), es decir, el extranjero que viene contratado. Yo soy clase B, pero me casé con un clase A, lo cual automáticamente me hace ascender una categoría. Es por eso que nos topamos con conversaciones del tipo:
-Ay, no, cuidado con ese barrio, no vivan ahí. Está lleno de inmigrantes.
-Pero nosotros somos inmigrantes.
-(silencio)  
Bergen
Sí, el expat es un inmigrante cool. No vino a probar suerte, lo llamaron. Así, me cuelgo de la gloria de mi marido y me indigno cuando TODOS los diálogos de nuestros libros de noruego muestran conversaciones entre Carlos, el mesero, y Mohamed, el taxista, enamorado de Aisha, quien es voluntaria en un jardín de infantes para aprender noruego.
Boludas saliendo del agua
Sí, Noruega es un país de ensueño. Han  hecho la cosas bien y han adquirido un nivel de igualdad y calidad de vida únicos en el mundo. Ojo, no digo que sea imposible pertenecer, sólo lleva tiempo… Años. Tiempo para probarles que uno puede ser capaz de ser como ellos. Tiempo para aprender la lengua, hacer los contactos, trabajar gratis o hacer alguna práctica, tiempo para merecer ser cuasi noruego.

Lamentablemente, nuestro estilo de vida de dos años acá, dos años allá no nos da el margen para probar nada. Así que habrá que gozar de los beneficios sociales un rato y partir hacia nuevos rumbos hasta que la porotis* sea lo suficientemente mayor como para decidir de forma conjunta en la familia sobre nuestro estilo de vida (a ver, que si sale hippie viajera, habrá que seguir yirando. Somos una cooperativa democrática. Todo se somete a votación).  

Por el momento, disfrutamos de la vista al fiordo, los asados con carne cara y medio fulera, los paseos en la naturaleza, la compra/venta de segunda mano y los muchos amigos que invitamos a casa o nos invitan porque comer afuera es privativo. Noruega es un hermoso país y su calidad de vida es casi inigualable. Sólo recomiendo unas sesiones previas de autoflagelación al amor propio antes de venir (como las de Nacha Guevara, pero a la inversa), así uno no llega acá creyéndose igual a nadie y se esmera en probar lo que vale, como corresponde y se espera.


*Poroto/a: pseudónimo adjudicado a nuestra primogénita a los inicios de su gestación por ser pequeña y generar un exceso de gas. 

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