sábado, 14 de agosto de 2010

Adiós a Colombia

Dejar Colombia fue difícil... En todo sentido. Ya sea psico emocional como práctico.
Fuimos con Emma hasta Cartagena. Jugamos una última partida de Uno Agua que siempre recordaré en mi corazón y nos tomamos un jugo al día siguiente con Juan Cruz, un porteño estudiante de letras que me regaló un libro bien de mierda de un autor costarricense sólo para que lo prendiera fuergo o usara en el baño en alguna emergencia...
De ahí partí, sola, llorando, en un colectivo lleno de gente que me miraba raro.
Fui directamente a Montería.
Cabe destacar que, tras meses de viaje, mi instinto y capacidad de locomoción para llegar de un punto a otro no sólo no se ha desarrollado, si no que es nulo. Mi "estrategia" de viaje consiste fundamentalmente en agarrar un mapa, señalar con un dedo (en general el índice, ambos dedos índices si apunto a más de una ubicación) el lugar al que quiero llegar y dejar que mi sentido común me guíe en el trayecto.
O sea, miro un mapa, veo que necesito ir hacia el oeste y sólo me dedico a moverme en esa dirección. Entro súbitamente en una especie de limbo y olvido toda división geopolítica o paso por alto cualquier accidente natural que pueda ponerse en el camino. Como si sostuviera la guía T, yo sólo miro el papel y digo "Quiero llegar acá, entonces agarro por este lado".
Así pasa que de casualidad, días antes de iniciar el viaje descubro que entre Colombia y Panamá no hay carreteras. Me entero de que hay cruzar en lancha y después atravesar un tramo de alrededor de 100 km a pie esquivando a la guerrilla o bien tomar otra lancha que lo lleve a uno un poco más al norte, hasta donde la ruta comienza.
Llego a Montería. Un pseudo Longchamps, con lindos centro comerciales y vasta inversión en los últimos años porque Uribe, oh, casualidad, tiene a sus afectos en Montería... Me voy con William, el chofer de la combi, a un hotel en medio de un barrio que tranquilamente podría circundar la estación de Longchamps o, por qué no, de Burzaco. Y duermo en una habitación privada en casa de Oscar con tele y baño. Para la Lonely Planet, un sucucho, para mí, un lujo.
Salgo al día siguiente en dirección a Turbo. Seis horas de viaje en un colectivo de línea por ruta pavimentada que a veces está medio medio. Nuevamente, espero los atracos de la guerrilla y la incomodidad de la que me advirtió la Footprint. Nada.
Llego a Turbo y me hospedo en lo de John. Ciudad portuaria, a la mañana siguiente salgo a Capurganá, a que la oficina del DAS (Deficientes Administradores Sudamericanos) colombiana selle mi pasaporte antes de salir. LLegamos a una villa diminuta, de pescadores y turistas. Muy linda. Con suerte diez cuadras en total. No tiene ni electricidad en ese momento y el DAS (un flaco de Bogotá al que mandaron ahí, pobre, por unos meses) no nos puede sellar nada...
Ahí lo encuentro a Tito (un yanqui con descendencia india al que ya había visto antes cuyo nombre es en realidad uyergtbfvunrinv, por eso le decimos "Tito") con una yanqui vegetariana medio loca. Conozco también a Jhonny y a otro colombiano que intentan pasar a Costa Rica y Panamá respectivamente para laburar.
Nos quedamos todos juntos en un "hostel", tras salir a buscar frutos de cacao con Tito y la loca escoltados por dos militares por la jungla... raro.
Al día siguiente partimos todos juntos en lancha hacia Obaldía, el puerto del lado panameño. De ahí debíamos tomar alguna lancha que nos lleve ya sea a Colón o Carti o demás puertos desde donde se puede acceder a Panama City.
Pero hete aquí que... en Obaldía no hay nada... En Obaldía no hay nada. Hay gente que no tiene ni ganas ni energía para vender un almuerzo, aunque lo cobra en dólares. Hay dos o tres lanchas, que no tienen ganas de llevarte y parece que la forma de salir es esperar a que llegue una lancha que justo vaya hacia el norte y pueda llevar gente... Temporada baja. No llega nadie, nadie sabe nada.

1 comentario:

  1. JAJAJA que me parto!! Casi celosa de haberme perdido esta aventura.

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