miércoles, 7 de julio de 2010

Mis ratos de ocio

Y empezó uno nuevo. Sabía que el eje central iba a estar vinculado con el agua. Mucha lluvia, mucha transpiración, la piscina a la vista, el caribe en derredor... no quedaban muchas más opciones.
Primero pensé que quizás el cosmos había establecido una conexión kármica conmigo y no podía evitar materializar mis estados de ánimo a través de las condiciones climáticas. después caí en la cuenta de que tras la revolución copernicana, si había algo en el centro, eso no era yo y ya era hora de que dejara el solipsismo de lado y empezara a percatarme de las necesidades del resto. Fue así como conocí a Hugo.

No sé si podría afirmar que Hugo padecía de algún tipo de carencia... Se lo veía siempre bien, de buen humor, rozagante, hasta animado, si se quiere... Sin embargo, algo habría de necesitar, ya que salía todos los jueves a las 17:45 en pantuflas y sin anteojos a tomar un taxi en la esquina de su casa.
La primera vez que lo vi hacerlo, me pareció lógico. ¿Dónde más habría de tomarse un taxi?
El jueves siguiente, me llamó la atención notar sus pantuflas.
Eran abiertas, sin talón, casi de verano... en pleno Julio.
Por último, me percaté de que aunque era extremadamente miope, salía sin sus anteojos. Fue ese jueves que me dispuse a seguirlo.
Tomé un colectivo, porque no me alcanzaba para pagar un taxi. Sin tener ni la más mínima idea de adónde iba Hugo, elegí uno al azar (el 123) y bajé tras 15 minutos de viaje.
Perdí a Hugo de vista, pero volví con la resolución de intentarlo nuevamente el jueves próximo.
Y así fue, porque opté por el 324. Me bajé en un parquecito que parecía lindo llamado "Jardines del Edén", el señor de seguridad me miró extrañado cuando le pregunté si se podía trotar. Cuando comenzó a atardecer, decidí volverme a casa.

Al sexto jueves de intentar seguir a Hugo en colectivos elegidos de forma aleatoria, me di cuenta de que nunca iba lograr alcanzar al taxi porque los recorridos eran muy diferentes y además el taxi siempre iba a ir a mayor velocidad.
Es por eso que el miércoles por la noche le pedí la moto a Hugo, mi vecino. La situación fue un tanto incómoda, ya que no sabía qué responder cuando él me preguntaba adónde iba a ir.
Fue por eso que sin titubear le dije "Voy adonde usted vaya, Hugo". "Ah, ¿sí?" Me dijo. "Los jueves voy a lo de mi sobrina, en Pacheco. Me meto en la pileta y después miramos siempre algún partido de fútbol con Esteban. Siempre voy en taxi, ¿querés que te lleve?"... Me sentí acorralada, de decir que sí, no podría seguirlo, porque iríamos juntos y él sabría de mi presencia. Inventé una excusa y le aseguré que lo acompañaría el jueves siguiente.
Ya sabiendo la dirección exacta de adónde iba Hugo, seguirlo me fue mucho más fácil. Tomé el colectivo 132 que va a Pacheco (ya lo había tomado antes, pero bajé cinco paradas más tarde porque vi un cartel que decía Hugo Boss) y con la ayuda de mi guía de la ciudad, llegué hasta la casa de su sobrina.
Efectivamente, ahí estaba él, junto a sobrina y cuñado mirando un partido del Inter.
Desde ese jueves en adelante seguirlo fue sumamente sencillo. A veces, hasta salía antes que él. Me quedaba en la plaza de enfrente y lo miraba ingresar a lo de Susy (porque así se llamaba su sobrina).
Feliz de haber aplacado mi egoísmo y contenta de invertir horas de mi vida en beneficio del prójimo, había descubierto eso que Hugo nunca había tenido y seguramente necesitaba: alguien que lo siguiera.

1 comentario:

  1. ahora más que nunca quiero ser tu editora. Compro tus derechos con mates, chistes malos, ropa buena.

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